Penny Lane

Una nueva. Algunos hombres han adoptado mi actitud. Esto quiere decir que yo también tengo groupies. Desde hace un tiempo se vienen sumando, como en una cola imaginaria. Entre ellos hay un director de cine que llama al diario para pedir mi teléfono, el peluquero que no me quiere cortar porque, dice, mi pelo es hermoso, hasta que se convence y dice que sí, que “tenés cara, tenés pelo, todo te queda bien”, y luego lo pesco robando mi teléfono de la base de datos de la peluquería. También recibo mails donde me cuentan lo bien que les caigo o que me quieren conocer, blogs de chicos que no conozco y recomiendan mi columna con en el link: “algún día me acostaré con ella”. Clickeás y aparezco yo, por ejemplo. Pero estas cosas, además de darme vergüenza, me hacen pensar en las fantasías que despertamos desde el anonimato. La típica idealización. Porque yo no soy más que una chica, común y corriente, que gusta (pero mucho) del rock. En todo caso, es lindo tener admiradores que me dediquen algunas líneas de vez en cuando o se tomen el trabajo de conseguir mi número de teléfono, escribirme algún poema o reconocerme en un recital y presentarse tímidos. Estas cosas levantan mi autoestima. No nos conocemos, pero sé que están y que podríamos conocernos. Pero, insisto, no me acostaré con alguien que no perciba el rock de la misma forma que yo. El afortunado debe amar la música, acompañarme a los conciertos, emborracharse conmigo y escribirme una canción. Debe escuchar música continuamente y vivir de acuerdo a los dictados del rock. Siempre he sido así.