Buenos Aires no duerme (y yo tampoco)

Me gustaba ir a Plaza Francia los días de sol. Para eso me tomaba el tren en San Andrés (yo vivía a unas cuadras de la estación) y me bajaba en Retiro. Me gustaba leer en los vagones de asientos verdes, y de a ratos mirar por la ventanilla. En esa época se podía fumar y yo me sentaba y fumaba adolescentemente mis Marlboros. Una vez que iba rumbo a Recoleta divisé en el furgón a un chico muy lindo que iba sentado en el piso, custodiando su bicicleta y su guitarra mientras leía a Nietzsche. Mentiría si digo que recuerdo de qué obra se trataba. Nada más lo vi. Abandoné mi posición y me fui a sentar a su lado. Me había gustado, además de él y su camisa verde de tela vintage, que estuviera leyendo a Nietzsche. Me presenté y nos quedamos hablando sentados como indios. No me acuerdo en qué estación se bajó él, pero antes de eso, anotó su número de teléfono en Contrapunto de Aldous Huxley, el libro que estaba deglutiendo yo, y se fue. Era el número de su casa, hace 8 años no existían los celulares para gente como nosotros.
Lo llamé y nos vimos enseguida. Justo era la época de la muestra Buenos Aires No Duerme y ahí pasaba yo todo el día y toda la noche. Así que nos encontramos en Retiro y empezamos a caminar hacia el predio insomne. Tomamos cerveza y fumamos bajo los ombúes de Plaza Francia. Pero antes de eso ya me había dado el primer beso, sobre las bicisendas de Libertador. Un beso así, como robado y torpe, acorde a nuestra edad. Hablamos de literatura y de música. Su guitarra estaba completamente pintada porque además él estudiaba Artes en la Prilidiano Pueyrredón y hacía unos cuadros fabulosos. Recuerdo que la guitarra tenía unos dibujos de colores psicodélicos. Yo no entiendo nada de pintura, pero confiaba en su arte y en su inteligencia. Él tenía una voz increíble. Siempre me cantaba I’m only sleeping y yo moría de amor. Y así seguimos unos cuantos meses. Recuerdo una vez que me acompañó a ver a Los Visitantes al Teatro Regio, sobre la Av. Córdoba, pero nos quedamos afuera porque no teníamos plata. Otra vez terminamos bailando rockanroll en Mastro Pueblo con no sé qué banda que estaría tocando. Todo esto siempre con un nivel considerable de alcohol y marihuana en sangre.
Hoy él es el bajista de una conocida banda de garage porteña. Su hermosa voz queda casi oculta porque esta banda es instrumental, aunque cante alguna canción de The Hollies de vez en cuando. Además ya es profesor de Bellas Artes.
También está por ser papá.
Es que ya estamos grandes.

Qué bueno que para los besos robados no hay edad.