Hoy estoy especialmente triste. No se si es que hace días que no para de llover o si es la calle mojada o mi campera con olor a cigarrillo. Tal vez es porque no desayuné y siento que me desvanezco o porque no cené ni merendé ayer. Tampoco tomé las vitaminas. Y eso que cuando me enfermé me había prometido cuidarme. Yo solita. Pero ayer parece que volví a ser la misma sombra de siempre. La misma que se destruye.
Esta mañana venía caminando y la gente en la calle me puso mal. No es q ellos me molestaban, sino que me dieron mucha angustia. Las caras de haber madrugado por obligación, alguno tomando un café de parado mientras espera el bondi, ensuciándose los pies de la misma forma que yo y la misma expresión en la cara que yo. Es todo tan vulgar lo que me rodea. Soy tan vulgar que me da una pena enorme. Barro y gente vendiendo petates en sus paños ambulantes. El tren que espera para arrancar, pero lo mismo cruzo, en una de esas, en un descuido mío me alcanza y se acabó. No sé a qué viene esta tristeza. Será que llego a la oficina y nadie escucha que estoy tocando timbre, cuando todo lo que quiero es llegar y desayunar. Después del tercer timbrazo, viene una compañera y sonríe al abrirme la puerta y como siempre, mira lo que llevo puesto. Le agradezco haber tenido la amabilidad de dejarme entrar. Ella es tan fea, pero sé que hace lo posible por estar linda. Sé que después comentará con sus compañeras el baile de anoche de la tele y tratará de seguir su dieta a pesar de la lluvia. Yo no encajo en este lugar. El café se está haciendo aún. Parece que llegué demasiado temprano. Lo mismo caliento la leche (mucha leche porque como no cené ni merendé, tengo que ingerir cosas que me alimenten) mientras me saco toda la ropa. Llueve pero hace calor. Y espero que el café termine de hacerse. Hay facturas y luego no recuerdo haber tomado un desayuno tan rico en muchos días. Entonces comienzo a sentirme mejor. Sigo triste, pero comer me reconforta. No comer tiene que ver con mi enfermedad que ya dejé atrás, como tantas otras cosas.
Esta mañana venía caminando y la gente en la calle me puso mal. No es q ellos me molestaban, sino que me dieron mucha angustia. Las caras de haber madrugado por obligación, alguno tomando un café de parado mientras espera el bondi, ensuciándose los pies de la misma forma que yo y la misma expresión en la cara que yo. Es todo tan vulgar lo que me rodea. Soy tan vulgar que me da una pena enorme. Barro y gente vendiendo petates en sus paños ambulantes. El tren que espera para arrancar, pero lo mismo cruzo, en una de esas, en un descuido mío me alcanza y se acabó. No sé a qué viene esta tristeza. Será que llego a la oficina y nadie escucha que estoy tocando timbre, cuando todo lo que quiero es llegar y desayunar. Después del tercer timbrazo, viene una compañera y sonríe al abrirme la puerta y como siempre, mira lo que llevo puesto. Le agradezco haber tenido la amabilidad de dejarme entrar. Ella es tan fea, pero sé que hace lo posible por estar linda. Sé que después comentará con sus compañeras el baile de anoche de la tele y tratará de seguir su dieta a pesar de la lluvia. Yo no encajo en este lugar. El café se está haciendo aún. Parece que llegué demasiado temprano. Lo mismo caliento la leche (mucha leche porque como no cené ni merendé, tengo que ingerir cosas que me alimenten) mientras me saco toda la ropa. Llueve pero hace calor. Y espero que el café termine de hacerse. Hay facturas y luego no recuerdo haber tomado un desayuno tan rico en muchos días. Entonces comienzo a sentirme mejor. Sigo triste, pero comer me reconforta. No comer tiene que ver con mi enfermedad que ya dejé atrás, como tantas otras cosas.