Laberinto de pasiones

Otro sábado que nadie me acompaña, otro recital sola. La cita era con Mimi Maura en Niceto Club. Al único lugar que llego temprano es a los recitales, no lo puedo evitar. Esta vez no fue la excepción así que a las 12 ya estaba en el kiosquito de la vuelta comprando la primera cerveza de la noche después de sacar el ticket.

Entro a Niceto y voy directo a la barra por mi daikiri de durazno. La pista estaba llena y por los parlantes salían Hey Jude, Yesterday y Strawberry Fields, combo Beatle versionado en un reggae de lo más rico. Desde abajo se lo veía bailar a Sergio Rotman, el saxofonista de la banda y ex Cadillacs, que se encargaba de las bandejas.

Esta vez no me encontré con nadie, estaba lleno de gente pero ni una cara conocida así que me ubiqué en la escalera que te transporta al escenario y esperé sentada y aburrida. Un cigarrillo tras otro. Al cabo de un rato la boricua salió a escena enfundada en un vestido rojo que recuerda a unas viejas películas de antología. Tenía aros gigantes y un collar que adornaba su cuello desnudo. Feliz en mi soledad / la cara brillante del mar / ha puesto su marca en mi piel, aulló desde su protagonismo. Mientras tocaban It’s only love, otra perlita beatle, un flaquito con cámara al hombro me pide permiso en un perfecto mexicano para subir a la escalera en la que yo disfrutaba del show y así captar mejor la escena. Tenía un vaso de vodka con naranja que me convidó y ahí empezó la conversación. Había venido de visita a nuestro querido país ya que su familia vive aquí y de paso pasearía. “Traigo dólares”, dijo contento y favorecido por el cambio. Era un rubio muy chic y se movía gracioso al ritmo del ska dentro de una remera con la figura de la virgen María, siempre con la cámara sobre su hombro. Trabajaba en Mtv de México y también con los Kinky.

Finalizó el show y con el mexicano ya éramos inseparables. “Vamos para atrás?”
Vamos, le dije.

Él venía de otro país pero los conocía a todos. Mimi estaba exhausta acostada en uno de los sillones verdes y alguien le hacía masajes en los pies. En el piso descansaban sus tacos altos muy altos. Ciro Pertussi fumaba en una ronda donde nadie decía “paso”, salvo la morochita que tomaba su mano. El saxofonista Sergio Colombo escondía sus largos dreadlocks dentro de un gorro color jamaiquino y me sonreía detrás de su gorda barba.

Un rato antes la hija de Mike Acevedo había cantado a capella un viejo bolero mano a mano con el público. Sentadita con los pies descalzos colgando del escenario y con la sola compañía del percusionista Toto Rotblat brilló en ese cuadro íntimo. La banda ya había abandonado la escena hacía rato, pero ella se negaba en su privada soledad.

Sólo bastó un guiño del mexican boy para irnos del camarín en busca de champán para terminar la noche.

(Escrito en 2003 aprox.)