Baudelaire

Ayer mientras buscaba fotos de los ¡Que viva la poesía! pasados para armar este especie de álbum tipo casamiento, veía todos los amigos y poetas que fueron parte de este ciclo. Aparecían caras, las de siempre y otras más nuevas, amigos que no tienen que ver con la poesía y poetas con quienes nos hicimos amigos; encontré música también en esas fotos y de fondo, el bar de Rodney, que muchos de ustedes conocerán. Un lugar del cual me había adueñado; todos nos habíamos adueñado porque los poetas teníamos coronita, según nos decían ahí, y éramos recibidos con birras baratas y Jack White al palo. Una de esas noches de 2011 ó 2010, de puro vino y Pappo, Jessi, quien fuera dueña del Rodney por esos días, me dijo: "tengo ganas de cambiarle la cara al bar, que no sea tan secuestro, por qué no te armás unas lecturas de poesía?". Así que de un día para el otro empecé a convocar a los más amigos y la cita sólo era por la poesía. Nadie tocaba. Todos leían y todos y todas tenían que ver con el rock. Esa era la curaduría que hacía para convocar a las lecturas. Invitaba poetas urbanos, escritores a quienes me gustaba leer, amigos que tenían cosas para decir pero ni un agitador cultural conocido. Nadie tocaba, nada más estaba el playlist que Jessi preparaba para la ocasión porque me conocía bien; somos amigas desde hace unos veinte años... no me había dado cuenta de que eran tantos hasta recién que tuve que sumar. Jessi es la rubia que aparece en el slide, de ojos color mar turquesa tailandés, ese lugar del cual se enamoró y dudamos se divorcie en lo sucesivo.

No tengo la definición exacta de melancolía pero sé muy bien cómo se siente. Y de la melancolía a salir de ella hay sólo un paso; así salimos adelante y nos adueñamos del presente, como esa muralla que nos impulsaba el Flaco a saltar. Hoy estamos en el Matienzo, esta nueva casa que me abrió las puertas desde que nació en el barrio de Belgrano, donde también doy clases y me vuelvo fan de mis alumnos y de los chicos que hacen que esto funcione. Por eso hoy, en nuestra edición número catorce, hay pósters imaginarios en las paredes; y por eso la música siempre será rock, como la que suena en nuestros cuartos, en nuestros días. Les doy la bienvenida a Juan Manuel Daza, que ya estuvo en alguna fecha pasada en el bar, al igual que Camilo Scé; dos amigos de la anterior administración Rodney; y les ofrezco esta casa nueva a los talentosos Sebastián Pandolfelli y Daniela Regert, para que vengan cuando quieran con sus escritos y su aura especial; ya verán que no miento. Hoy también nos acompaña el Duke De Bernardi, otra figurita de aquellos días de Rodney; algunos sabrán que es mi marido y les juro que no es acomodo, es pura objetividad ya que lo escucho tocar todos los días en casa y claro, también soy su fan. Estrenando su estampa solista, el Duke muestra canciones con amigos de la música y de la vida. Yo en persona lo acompañaré con la guitarra en un tema, sabrán disculpar, no es acomodo, parece que él también vio en mí algunos dotes musicales. Esto que narro, un poco de chiste, en joda, y con mucho de verdad, es para dar cuenta que mi fuerte es moverme entre amigos, como dice una amiga, la loca como tu madre Vivi San Lorenzo, que dice Baudelaire: “todo se trata de camaradería”. Y así será, cuando se sigan sumando las ediciones de este ¡Que viva la poesía!

El paredón del cementerio se quedó con muchas lecturas, con mucha música, y el susurro del viento le acercó esas palabras a los muertos, como una especie de ofrenda lírica para quienes nos precedieron. Este es un ciclo inspirado en la fuerza de la prosa y la poesía de Andrés Caicedo, el hermoso colombiano que nos mostró cuán importante es rendirle culto a la música. Ver la belleza de las cosas, de cada acto cotidiano y darle a eso un color distinto, es poesía. Transformar un día cualunque en un día estético, es poesía. Sentir la libertad de cada elección, también es poesía. Este hermoso ciclo al que quiero tanto es un manifiesto abierto de todo lo que nos nutrió: rock y amigos y amigas. Gracias a Nela, a Cami y a todos en Matienzo; gracias a todos los y las secuaces del bar, gracias a todos los pósters que viven en cada estrofa de cada texto; gracias al tarotista cumbiero, Sebastián El Pequeño, que siempre tiene alguna posta guardada bajo la manga, gracias a la familia y a los amigos que pasaron y que pasarán por estas filas. Y como dijo Andrés Caicedo: ¡Que viva la música!, mientras yo sumo a la poesía en ese vitoreo eterno. Gracias. 


La foto no me deja mentir.

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