Un día perfecto para el pez plátano

Parece mentira pero salí a las 9 arrebatada por el día y me olvidé una libreta y una birome para anotar todo lo que estaba pasando en mi mantita. Debajo del árbol suenan las canciones de navidad, que son una carta de presentación familiar. Ronroneo con la voz de Salvatore Adamo y esa pronunciación un tanto fallida, escucho la dulzura de Verónica Condomí hablándole a su guaguita; comprendo el flash de los niños cuando María Elena Walsh cura las brujerías de una sociedad; pienso en Spinetta y en el segundo próximo el Flaqui aparece; lagrimeo con Leonardo Favio cuando dice que otra vez será. Otra vez será. Y él sabe bien que nunca más será; por eso lagrimeo, por la resignación. El agua del termo está hervida. El libro cuenta cómo los mamíferos crían su descendencia y comprendo por qué las madres ahora forman grupos de maternidad en tribu y se llaman mamíferas y las marcas de las telas para cargar a los bebés se llaman, por ejemplo, Mamá Loba. Dos horas debajo del árbol, emocionada de a ratos; concentrada o triste, soy conciente de la presencia de cada ser en este parque. Un viejo pasa a la carrera con el máximo paso que la vida le permite, una chica a lo lejos no para de hacer abdominales, imagino una panza preciosa, un chico en cuero pide fuego y se limpia la cara con la remera. El pasto se llena de madres con sus hijos y sus hijas. El libro dice que la cultura nos llevó por la senda equivocada, lejos de la intuición maternal que no es otra que la de las mamíferas. La cultura y la castración de las instituciones nos llevaron a ser hijas de las madres del rigor. Ya veremos cómo nos critican cien años después en libros. Seguro nos estaremos equivocando de nuevo, de aquí a la humanidad.