Song to the siren

Decreto que me voy. A pesar de la soledad y la inminente caída libre, me voy. Lleno la cartera de carilinas y pienso en la calle. Me imagino las cuadras que me separan del café, con el frío en las vidirieras y algunos perros que vuelven de su paseo vespertino. Me lo imagino todo lindo. Me cambio el suéter por una polera más gruesa, me abrigo bien y agarro plata. Las luces quedan encendidas para que el ladrón que anda por el edificio piense que en casa hay gente. En el ascensor me doy cuenta de que hacía años no tenía el pelo tan largo. Eso me reconforta, lo asocio con estabilidad. Yo, como un hippie que vive en paz, decidí dejar en paz a mi pelo también. La calle está bien. Podría hacer más frío pero me la banco y desde casa hasta el café no estornudo ni una sola vez. Parece que el aire fresco me sanara. Esta mañana, con la nariz como canilla, volví a leer los síntomas de la más famosa de las gripes. No son, pero para descansar un poco de este decaimiento, suspendo la clase de la tarde. Me viene bárbaro, Julia, me dice mi alumna del otro lado. Reprogramamos para el miércoles. Pienso que el miércoles él no va a estar acá. Me da un poco de pena, pero lo acepto porque sé que si de tiempo se trata, todas las cosas llegan. Nunca pensé que iba a llegar este momento que tantas veces imaginé de chica, cientos de noches antes del sueño fulminante. El mejor momento para imaginar un futuro. Y resulta que sí, que todo llega. El tiempo resuelve y no hay manera de que las cosas no sucedan.

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Una chica en la mesa de atrás habla muy, muy fuerte. La escucho e imagino una adolescente que sabe que el chico sentado enfrente suyo, gusta de ella. A ella no le gusta, pero el pibe le levanta el ego y la pendeja se cree linda, aunque claramente no lo sea. Y no me da gracia su adolecer porque me obliga a mirarla y a dejar de pensar en mis cosas. No llega a los 18 y encima es el tópico de la adolescentota de pecas, pelo rojo y ojos movedizos de hormonas explotadas. La enorme y aflautada voz de esta imberbe que grita me devuelve a mi casa. Es horriblemente nasal. Y las voces tienen que ser gratas al oído. Todo se trata del sonido.

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Hay que ayudar al tiempo, eso está claro. Si querés que las cosas pasen de tal manera, lo único que hay que hacer es querer, buscar. Por eso, hoy con la cartera llena de pañuelitos, frente al espejo del ascensor, me di cuenta de que no habría manera de que yo fuera otra persona.

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Comentarios

unalunaenelagua dijo…
"No hay manera de que las cosas no sucedan".

No hay manera. Me gustó!
Julia dijo…
Gracias, unalengua!!