Seven

Una noche de esas tantas noches. Vino, vinilos, música, flores por fuera del florero y esa luz de nuestra ventana que muestra la luna. Y cuando no hay luna, está el farol que cuelga como en los cruces de rutas, esa luz a la cual los paisanos otorgaron deidad. Casa. La esquina del infinito, refugio desde donde vemos el afuera. El confort es estar adentro. Viernes. Nos quedamos para mirarnos tanto y escribir epifanías y llenar las copas que el cristal -noble conjunto de átomos- nos canta los tonos de los frutos rojos, si chocolate o ciruelas, qué barrica, cuánto tiempo en el roble. Me encargo de escribir las epifanías y él de tocar la guitarra, cantar y hacerme reír. A veces también toco la guitarra con los cuadernitos cancioneros que todo chico conoce. Combiné acordes, los que sabía. El juego era cambiar los roles. Yo hacía la música y él la letra. Ese viernes grabamos las guitarras y otro día, cuando yo salí y luego él fue a mi encuentro, me trajo la canción hecha letra. La escuché en el ipod y los ojos fueron estrellas. Ésta es. Le pusimos Seven pero no recordamos por qué. Debe haber sido una epifanía que llevó a otra y luego a otra y luego a otra y después empezamos a reírnos hasta olvidarnos del por qué de algunas cosas.

Del minuto 0 al 5: El Duke y El Ruso. Después, Seven.

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