Una puerta al pasado

como totó en cinema paradiso 
cuando crece y encuentra 
las cintas que los censores 
habían recortado en el pasado, 
los besos, las escenas de amor
supuestas muestras impúdicas
de los mayores;
así estaba yo frente a mil imágenes 
de un pasado redescubierto, 
con el sol calentando el rocío, 
cuyos olores y colores 
me volaban a la complicidad del campo, 
las baldosas verdes del comedor, 
el mosquitero de la ventana 
impedía la libre correntada, 
las chicas corriendo al llegar 
y los cuchicheos a la hora de la siesta, 
a la noche calentando la pava 
con los grillos y los bichos de la luz 
pegados al televisor clavado en music 21, 
las chinches verdes en el tractor,
el patio lleno de sapos y escuerzos, 
llevate la linterna si salís, 
me muero si pateo una rana,
cerrá que entran moscas,
shh, la abuela ya se acostó;
una puerta rojo corazón 
se abrió con el primer acorde, 
una puerta amarilla con la pintura saltada
daba al porche que mi abuela enceraba
una puerta sin llave, apenas 
una mini traba para dormir, 
siempre la música testimonial 
de las historias de las chicas al llegar 
que mi abuela escuchaba 
celosa tras la puerta: bajen esa música!
una mañana nos advirtió 
mientras nos llevaba el mate a la cama:
ojo con los hombres, 
van siempre a las partes bajas, 
y resignada nos impuso 
la condición de género 
mientras unía sus dedos gordo e índice 
simulando la vagina, el bien más preciado 
que según mi abuela teníamos a los 13,
pero ella no sabía que el mejor secreto,
el botín de guerra, el que nos hacía felices
y al que los chicos ni aspiraban rankear,
era el encuentro, éramos nosotras mismas
y las tonteras de las voces
como gallos de los chicos del pueblo
quedaban dibujadas y fuera de competencia
esperando en el futuro,
esa otra puerta sellada al vacío.

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