Nos despedimos del Taller de Literatura y Rock

Después de leer un texto sobre un discurso de Pepe Mujica y la banda uruguaya Hablan Por La Espalda, me propusieron dar el taller. Fue en una lectura acá mismo, en la terraza, una tarde de verano con el sol atardeciendo. Cami, me acuerdo de ella, que seria me pidió que pensara en algo relacionado con las letras y el rock. Me dijo que le había copado el texto que contextualizaba nuestro momento político y social, fusionándolo con el rock. Pensé en periodismo, que es de hecho la rama que más se me pega a la música; o en poesía, que mucho de lo que escribo siempre mecha el inevitable rock, pero ella dijo “no, ya hay mucho de eso dando vueltas, tiene que ser literatura. Pensate un programa, proponé algo copado y vemos”. Joya, dije yo, literatura. 
Muchas cosas estuvieron dando vueltas en mi cabeza hasta que me digné a mirar la biblioteca y ví todos esos libros que trazaban la temática; había leído desde biografías, hasta novelas, poemarios, crónicas, entrevistas. Y cada libro podía representar una clase en la que los alumnos escribirían sus textos con una consigna. La clave estaría en la corrección. Quería darles a los chicos y a las chicas herramientas gramaticales y de redacción; y no que cada corrección fuera un capricho. Ya había ido a muchos talleres donde no me daban la razón de por qué me cambiaban entera una oración o un tiempo verbal. Tenía que develar esos misterios de la escritura y compartirlos.
La primera clase me presenté y los vi a los chicos. Cami nos había traído mate y unas Frutigram que por supuesto nadie tocó. Supongo que teníamos vergüenza, siempre son así las primeras clases, las primeras veces en general. Ellos hablaron de ellos, yo no hablé nada de mí, solo de algunos fragmentos de libros que leeríamos. Rosana Zampedri contó, mientras cebaba mate, que tenía un hijo y que toda su vida estaba interpelada por el rock, que se dedicaba a la pastelería y mientras cocinaba ponía la música con todo; que le gustaba Nirvana y Radiohead. Esa clase escribió una poesía, si mal no recuerdo, que mezclaba al Che Guevara con Kurt Cobain. Luján Gambina llegó hablando muy por debajo de su tono habitual y se negó a escribir en la primera clase, dijo que estaba como bloqueada. Pero fue solo esa impresión porque después se despachó con textos entre femeninos y rockeros, entre coloquiales y poéticos donde nombraba muchas más bandas del Indie que las que yo conozco. Emmanuel siempre fue más callado. La segunda clase trajo una reseña que rozaba lo periodístico, muy correcta, pero después apareció con una poesía que me dejó careta. Él se dio cuenta y quiso trabajar ese estilo; entre barrial y lírico. Y Alfredo fue el último en incorporarse. Defensor acérrimo de Los Beatles y del Flaco, aportó crítica y buen gusto al grupo. Y siempre comprometidos en aprehender, guardar las cosas en su corazón. 
Yo también aprendí dando este taller. Sobre todo a comprometerme con un grupo humano con quien compartimos mucho más que la escritura, compartimos una forma de vivir nuestros días. Así que yo quiero agradecerles a ellos estos miércoles que pasamos, de mates, y hasta de vino y birras con nuestro invitado, Agustín Rocino de Catupecu, que nos contó muchas cosas off the records, fuimos sus confidentes; quiero agradecerles también a quienes escribieron esos materiales de consulta: Patti Smith, Andrés Caicedo, Nicolás Igarzábal, Ezequiel Ábalos, Peter Brown, Keith Richards, Kurt Cobain, Sergio Marchi, Cecilia Martínez, Ioshua, Hunter Thompson, Rodolfo Edwards, Juan Diego Incardona y creo que no me olvido de nadie más. Dios hizo el rockanroll, lo hizo para vos, cantó Paul Stanley, y nos pintó la cara con un beso.    

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