Aniversario

Y así la noche soltó su inmenso collar. Me agarraste la mano y salimos. No le dijimos a nadie y caminamos sin darnos vuelta. Íbamos hacia el futuro. El paredón de la Metropolitana era más o menos el retrato del cementerio que humeaba al otro lado de la calle. Euge nos vio trastabillando en las veredas rotas, nos vio de espaldas, las mismas espaldas que un rato después estaríamos recorriendo. Escapábamos hacia algo mejor. ¿Pero qué sabíamos del futuro? ¿Cómo le diste bola a este mono feo?, preguntás aun hoy mientras veo tus ojos adorarme. ¿Qué hubiera pasado si no me levantaba de la mesa del bar? Algo me llevó hacia vos. Estábamos a un paso de entrar en la cuarta dimensión amorosa de dos cuerpos hasta esa noche desconocidos. Compramos cigarrillos en la estación de servicio. No sé si chicles. Y me gustabas de antes, de hacía cinco días o siete, cuando chateábamos y hablábamos de música, ya solos como dos gatos atrofiados que acaban de patear. Mis amigas dicen que soy fotogénica. Vos simplemente pensaste que yo estaba buena. Tan rollinga te vi, nunca me imaginé que también amabas al Flaco. Te invité a ver a Pez por esas casualidades de las bandas que te gustan. Y si mi visión era errónea,  si no gustabas de mí como yo de vos, seríamos buenos amigos. Eras pura sensación. Confié en vos, había algo que me lo decía en secreto. Me gustaste como hombre a secas. Y las coincidencias eran muchas. Apenas tomamos unos sorbos de vino en tus vasos de pajaritos, tu casa oscura, las cortinas rojas, el baño mínimo, la frazada que llenó mis medias negras de pelusas blancas como si un gato se hubiera enamorado de mis piernas, mi vestido violeta a lunares fue la alfombra que caminé en tu casa de otoño pleno, Pompeya, el dvd que miraste ya de día, una vez que me fui a mi antigua vida por última vez. Ya tenía tu olor en mi yo más profundo. Te dije que no podía quedarme a dormir y sin saberlo ya habías decretado cuál sería mi lado en la cama. Qué manera de cabalgar tu cuerpo fuerte. Cantó Hendrix y cantaste enorme sobre mí, una, dos, tres veces. Esa noche yo estaba buscando un alma donde cobijarme. Pero me diste más, y así comenzó el ping pong de las cosas buenas. Y esa fue la primera muestra de algo grande que se venía. Agradecimos a las  malas pasadas que nos jugaron los pasados. Hasta esa noche éramos el pata de lana y la mujer chiquita que un niño cruel no amó. Siete días nos bastaron para bendecir la luz que en el otro se vislumbraba. Te bendigo, mi amor, por esa primera noche en la que hiciste un barco con el molde de mi cuerpo y floté. Para siempre. 

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