Tu Marianne sin frazada


Por lo pronto
te invito a caminar
unas cuadras por Rivadavia,
a pasar por el Parque
y seguir con la rutina
de mirar los discos de rock,
los más caros,
porque son
los que más te gustan.
Yo me quedo con la nariz
en los cajones de libros,
miro ofertas y joyitas,
cambio un billete de cien
y atiborro la cartera de felicidad.
Vestidos con el frío
de una ciudad fuera de época
somos dos antiguos
salidos de los '70.
Con el vapor blanco
humeando la boca
caminamos con las cabezas
al unísono,
decididos,
como líneas peatonales
de Abbey Road,
como Lennon 
cruzando la calle
ignorando su futuro de Dakota,
inmortales como tu Marylin 
en la pared.
Las manos en los bolsillos
no hay vicio que incite
a desnudarlas,
apenas el flequillo
se descubre bajo la boina
y te miro cada tanto
para confirmar tu andar
de hombre seguro,
de hombre que ama.
Y acá están las cosquillas
de las que no hablo
porque ya soy grande, 
y las cosquillas 
son cosas teenagers
pero creo que se reflejan
en el iris, en la pupila enorme 
y soy un muñeco 
siempre con la cara de tonto.
Después de volar por el Parque,
buscaremos otra vez
ese cine arte que perdiste
una noche entre Acoyte 
y Río de Janeiro porque
ahora me toca a mí,
porque ya te acompañé
a ver una en tres dé y dale,
veamos una oriental 
o una francesa,
es lo mismo.
Entramos a una sala negra y,
cosa de Mandinga,
mi cabeza encaja perfecto
en tu hombro y la butaca
es como la cama,
las piernas también 
me entran perfecto.
Cada tanto me acerco
para respirar tu olor,
cierto que ésta es
una noche especial
y te pusiste el perfume
de opio que me seda.
Miro tu perfil
de hombre que ama,
de hombre seguro,
me pierdo de leer
algunas líneas japonesas
o francesas
y no me importa.
Porque el presente
es cuando te miro y digo
con una media sonrisa
que esto existe,
que esto no es un sueño
y somos los Stones
haciendo realidad su Woodstock
y yo seguiré siendo
tu Marianne Faithfull
después del orgasmo,
tu Anita Pallenberg
después de drogarnos,
tu Patty Boyd aun con George.  

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