Todos los 29

Esta noche cenamos en lo de madre. Todos los 29 hace ñoquis, pero es una costumbre que retomó hace unos meses nomás. Cuando éramos chicos, siempre hacía y dejaba unos pesos bajo el plato. A ella siempre le salieron ricos los ñoquis. Yo jamás metí las manos en la masa. En las cadenas de mails para acordar hora y otros detalles de las noches del 29, somos pocos. Mejordicho, somos menos que antes. Y yo estoy acostumbrada a ser muchos. Hermanos y primos, amigas y más, un solo corazón. Hace poco más de un año Ema se fue a vivir al sur. Allá, mi hermana se multiplicó. Tuvo una hija. Y yo acá. Aun no la conozco, aun no toqué su pelo, su piel, no miré de frente sus ojos más que a través de la computadora. Y claro, las mujeres poblamos esta familia. Somos cada vez más, sin contar los que están por venir. En la tienda roja me siento con otras congéneres. No hace falta decir porque sabemos cómo mirar. Una hija llegó y es una mujer más en esta comunión de edades y formas, pieles y texturas de cada una, algunas madres, otras abuelas y tías. Los hombres se acercan a ver qué pasa en este mundo. "Te dejo a los Stones", dijo Martín antes de irse y apretó play. Martín y su mundo masculino se abre a los nuevos colores en la casa, al blanco de las cortinas y muñecos en el baño, cuadros vivos y nuevos, se abre a mi colección de Anagrama, libros rojos, amarillos, verdes y violetas descansan en la biblioteca naranja de nena. Su madre llega y se maravilla con los detalles femeninos. "Qué lindo tener una nuera", dice. Ella está sentada en la tienda roja donde hacemos una ronda y hablamos con los colores, sin mediar palabras, hablamos con el pulso de la energía femenina, creadora y amorosa de las madres y hermanas y tías. Esta noche, ñoquis para todas y para mi hermano también, que aprendió a vivir con mujeres revoloteando de gracia y perfumando su cuarto.

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