Ay, amor.

Te juro que antes de abrir este word estaba pensando en cosas re interesantes para escribir. Algo que tenía que ver con el tedio y con el aburrimiento en la pareja. Con esa etapa en la que te preguntás al menos una vez al día, cómo llegaste hasta acá. Te preguntás eso, pero de la manera peyorativa. Quería escribir de la luz que se apaga. La luz que supuestamente llevás encendida desde que tus viejos te dijeron que eras brillante y re luminosa. Y como ellos no mienten, les hiciste caso y toda la vida así, caminando y sonriendo interruptores. A veces más y otras con la poca onda que demandan situaciones más jodidas. Estaba pensando en el momento en que te preguntás qué es el amor, el de pareja, no el universal, porque ése se supone que lo sentís, es el que te da ganas de seguir sin desperdiciar los días. Si estamos destinados a la soledad, a la soltería, por qué insistimos con la pareja. No sé adónde se fue esa idea que estuve elucubrando mientras esta máquina tardó tanto en prenderse. Está viejita la pobre, la compré un año antes de mudarme con mi pareja. Ya para utopías estoy grande. Pero cómo hago para desestimar el amor romántico, el que se siente por un hombre, por un ser, el que te iguala con el mundo, que te baja a la tierra y te pone de espaldas, de rodillas, acostada, parada, le da brillo a tu piel y te deja respirando vida. Tal vez todavía soy inocente y estoy en el camino compartido. Busco explotar de sexo una siesta de domingo, como explotar de felicidad cualquier día yendo a tomar el colectivo. Estaba segura hace un rato de las cosas que escribiría. Ahora no sé. Si espío en la lejanía esa luz chiquitita dentro de mí, creo que lo que intento decir es que hay amor. Sé que no es el amor que despierta a las piedras o el del polvo de estrellas. Pero sé que hay amor. Universal.

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