Y que viva, nomás!

Ah, si, si. Un poco de pilas me queda. La casa está más rockeada que el Aconcagua. Hay cosas por juntar a cada paso, pero tengo pilas para sentarme a escribir un toque y contar lo bien que nos sentimos anoche. Y llevo esta sensación al nosotros inclusivo porque me parece que la buena onda fue general. Como un festejo de la poesía que se sintió en su casa, cómoda. Como cuando vas a lo de tu mejor amigo y abrís la heladera y casi que tomás agua del pico. Casi, porque ésa es una de las cosas que se hacen en soledad. El celu anoche se había quedado sin batería, pobre. Entonces esta mañana lo puse a cargar, me fui al super, cociné, y recién ahí me acordé de prenderlo. Entonces tengo el mensaje obligado de mi padre cada vez que publico algo en Página 12. “Muy buena la nota!”, escribió a las 9 am. Yo recién le respondí a las 15.40: “gracias, pa. gracias por venir ayer y quedarte hasta tarde con la gilada”. Si? La gilada soy yo. Entonces me contesta: “La pasé 10 puntos”. Y esa fue la atmósfera imposible de evadir. Anoche agarré el micrófono, después de unos días heavys de trabajo, con el cuerpo más o menos dolorido, y presenté ¡Que viva la poesía! De qué la va esto. De que me gusta mucho Andrés Caicedo y después de leer su ¡Que viva la música!, entiendo esa rumba colombiana, a pesar de estar a miles de kilómetros. Porque fue escrito en el 70 y pico y parece que hubiera sido ayer. La música es fundamental en la historia de Caicedo. Y el rock, las drogas, la demencia y esa cosa de vivir al palo, me hicieron festejarlo. Sentirse vivo sabiendo que a cada momento la podemos quedar. Fue como la vez que volé en parapente. Si me caía de cabeza sobre el pie del Cerro San Javier, hubiera estado bien. Porque estaba feliz. Ese es el espíritu del libro. Entonces, como el Bar de Rodney queda frente al cementerio, me pareció que podíamos dale vida a la poesía, nutriéndonos de la mística de los muertos, mezclándola con el rock y pasando una noche que bien podría ser la última. Porque ya está. Mirar a los costados y ver a Jessi detrás de la barra, a los amigos sonreír, a mi viejo charlar con esa postura que tiene, ese vozarrón. A mi novio beber con sus amigos y a mis hermanos caer con un par. Hasta se cortó la luz en un momento. Y todo fue oscuro, pero nunca tenebroso. Los zombies no llegaron a las mesas y seguimos acercándonos a la barra. Una hora sin luz eléctrica. Los de Edenor, cuando solucionaron el problema, bajaron de su camioneta y tomaron unas birras. Los colegas del Rodney se pusieron a zapar unos blues adentro y las caras se iluminaban con velas. El kiosco de al lado se hizo la noche vendiendo cigarros. Una vieja con cara muy mala. Sin embargo, a la primera sonrisa, ella respondió con otra. Lo mejor que podés hacer ahora, es sonreírle a alguien que está triste. Así que pusimos el cuerpo, las palabras, el oído y el corazón a la noche de los vivos vivos. Festejando la existencia y el rock, que es lo que hacemos cada vez que nos sentamos a escribir, a tocar, o a lo que sea que hagamos. Por eso ahora, aunque la casa sea Kosovo, yo voy a ver una película. El rati horror show, me dijeron que es buena. Y ver esta peli va a ser lo mejor que hice en este segundo. Bajar a Tierra. Estar acá.

* Gracias a Ceci Martínez Ruppel, Alfredo Jaramillo y a Nicolás Castro por haber confiado en este debut de ¡Que viva la poesía! *



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Comentarios

Belén dijo…
vivir, vivir, vivir.
La Mana dijo…
Felicitaciones Juli!!!
abrazos
La Mana dijo…
Felicitaciones Juli!!!
abrazos
La Criatura dijo…
es increíble como la literatura puede ser más rockera que mucho boludito egocéntrico que anda pululando por efeemejit
Julia dijo…
Permítanme decirles que la Vida es rock, queridos amigos!