Crónica de un sepelio

Hoy salió una crónica en el NO de Página/12 de la larga cola que hice para ingresar al Salón de los Patriotas a despedir a NK. Pero como a veces me gusta escribir más, acá va la versión extendida:

Crónica de un sepelio
Por Julia González

El shock fue el día del censo. Pero el chicotazo todavía no se manifestaba en su esplendor. Cada cual en su casa, esperando al censista, se disponía a ejecutar sus tareas cotidianas. Que el feriado se disfrute y se alargue como un chicle. En esta época del año, con diez de sus meses ya arrancados y trabajados, venía bien quedarse en casa. Pero esa paz imaginaria de mitad de semana se vio interrumpida. La noticia nos hizo rajar para la plaza temprano. A las 4 de la tarde el subte D circulaba con total normalidad. En los vagones empecé a jugar a ver quiénes se bajarían en Catedral y caminarían por Diagonal Norte hasta la Plaza de Mayo. Tenía ganas de que fueran todos. Moyano había confirmado, con la voz entrecortada, que su columna estaría en la plaza al día siguiente. Y en las redes sociales, amigos, conocidos, colegas y desconocidos, agitaban para las 20 un total apoyo a la Presidenta. Al llegar, me encontré con mi hermana. Horas antes ella había mensajeado “q tristeza, la puta madre”. Estaban preparando el vallado para el sepelio del día siguiente y los puestos de patys y choris emanaban los primeros humos. Nos encontramos con mi viejo que estaba desde la 2 de la tarde, un poco desilusionado porque no había mucha gente a esa hora. Claro, él no usa Twitter ni Facebook, y no sabía que la onda era a las 8, luego de que terminara el censo. Enseguida se me vino la foto de las patas en la fuente. En San Martín, mi barrio de origen, había un mural pintado con esa imagen, que miré mil veces al pasar en colectivo. Foto que volvía a recordar cada vez que pensaba en la historia de aquel fervor popular nacido en el ‘45. El corazón de esta plaza histórica estaba débil, pero estos días tuvo una inyección de juventud, de fuerza y de ganas. No hay manera de ignorar el poder de un pueblo que se hermana. Comprobé que la plaza tiene vida. Ha visto viejos llorando, sin dientes, envueltos en banderas argentinas, cantando la marcha peronista. Ha visto madres, viejas de pañuelo circulando, mujeres que hoy se entregaban al duelo y agradecían a la Cristina. Esa mujer a quien muchos tildan ligeramente de soberbia tal vez porque carecen de otros argumentos defendibles. Pero también había pibes, muchos pibes. Los mismos que el menemato dejó huérfanos mostrándoles un peronismo bochornoso. Qué verguenza decir que uno era peronista en la época del riojano. Ni en mi casa ni en la de mis amigos se tomaba champán. La plaza se fue poblando y quieran o no, estaba claro que a todas estas personas les estaba pasando lo mismo. A mi viejo, un setentista que militó y a quien la dictadura supo silenciar, le llamó la atención la cantidad de pibes que había. “Salimos del closet”, dijo al sorprenderse con la cantidad de gente que llegaba.
La mayoría de los que volvieron de la plaza ese miércoles a la noche, seguramente no se desprendieron de 678. Y esos chistes de mal gusto que habían aparecido en las redes sociales a la mañana, las notas firmadas por la contra y cualquier signo de preocupación, se fueron diluyendo. Esos odios son insignificantes contra una muchedumbre. Supuse que ya había limpiado la conciencia con mi presencia del miércoles en la plaza. Pero al día siguiente no podía hacer otra cosa que pensar, duelar, emocionarme con las imágenes y las notas escritas en este diario. No me interesaba otra cosa. Obstinación pura. Mi hermana vuelve a mandar otro mensaje, “vas a la plaza?”. Le contesté que tenía ganas. “traete el mate y algo para comer”. Y nos encontramos en Corrientes y San Martín a las 6 de la tarde. No entendía por qué ella se había puesto en la cola. “Capaz que podemos entrar al sepelio”, dijo. “No creo”, pensé, absolutamente incrédula. A la noche tenía un cumpleaños de un amigo al que no pensaba faltar. Las primeras cuadras se caminaros solas, casi. La conversación con las personas de la fila era sobre cuál sería el recorrido, y se preguntaban si llegarían o no. Había fe. Algunos desistían. El recorrido de diecinueve cuadras de cola era por las calles San Martín, Rivadavia y retomar Avenida de Mayo para ingresar a la Casa Rosada. Mi viejo y mi hermano llegaron cerca de las 20, luego de trabajar. Duplicaron las vituallas y trajeron impresiones nuevas. Un chico le contó a su novia que sus compañeros hablaban entre ellos desvirtuando y menospreciando los últimos hechos irrefutables, dándole la espalda a él y riéndose. “No sabés qué caliente que estaba -se indignaba- ahora se la van a tener que morfar esos gorilas”. La mayoría de los restaurantes que atendían sobre la Avenida de Mayo o Rivadavia dejaban pasar a los manifestantes al baño. ¿El más concurrido? McDonald’s. Adelante nuestro había tres chicas y una de ellas, que trabaja en un sindicato, había tenido la misma sensación de vacío mientras estaba en su casa. Por eso llenó el termo de agua caliente y se vino. Había otra señora de pelo totalmente blanco, setentista ella también, que hablaba con mi viejo y volvían a dibujar aquél julio lluvioso del ‘74 con la muerte de Perón. Decían que esta vez estaba mejor organizado y que incluso, creían que había más gente que antaño. Las horas pasaban como si fueran minutos. Se hizo de noche. Se levantó viento dejando en los hombros de esos miles de hombres y mujeres, pibas y pibes, los frutos de los plátanos que se metían en los ojos y excusaban alguna lágrima. Los viejos seguían parados, al igual que las familias y las madres con los nenes a upa. Las viejas con los pies hinchados seguían caminando y esperando. Llegamos a estar dos horas parados en Avenida de Mayo al 500. Y nadie se quejaba. Era un hecho el faltazo al cumpleaños. Me dejé llevar, no sólo por la masa del pueblo, sino por el sentimiento de amor e igualdad que flotaba. No pensaba perderme esto. El “andate Cobos, la puta que te parió”, nunca mermó a pesar del cansancio. Y a las 12 en punto, se cantó el Himno más fuerte y enérgico jamás oído. Se hicieron la 1, las 2, las 3. Hasta que entramos en la parte vallada de la fila. La recta final. Había que ponerse cada tanto en cuclillas porque la cintura protestaba. Faltaba una cuadra para entrar al salón de los patriotas. Ahí estuvimos dos horas más, apretujados. Todos querían entrar. Algún vivo se colaba, pero la conciencia de la mayoría pidió paciencia y respetó al otro. En medio esa lata de sardinas pensé en las cosas que aguanta el pobre. Once horas de cola, aguanta. Todo un símbolo. Cinco horas para que los atiendan en la guardia del Pirovano, sin levantar la voz, sumisos. Pero hay fe y los dormidos empiezan a despertarse. Acá se aprendió una lección y es la de la fuerza que tiene el pueblo que se manifiesta. Y el pueblo son los pobres, los que menos tienen, aquellos de quienes se ocupó este Gobierno, antes que desparramar el champán En estos pensamientos me encontraba, en cuclillas y exhausta, cuando los policías nos hicieron pasar en fila de a dos al Salón de los Patriotas. Los granaderos como estatuas de cera, tan sanmartinianos, qué imponencia. Y qué impotencia tantas coronas, el olor a claveles se mezclaba con el silencio de muerte. Sólo pasamos al lado del cajón lleno de banderas desordenadas y cartas, y esos segundos cargados de historia justificaron las once horas de espera. Saludé con la mano a su hermana Alicia, miré de reojo a Amado Boudou, que me parecía estaba con su novia, ardiendo de pelirroja y sonriente. Y seguí caminando. Cuando dejamos el Salón de los Patriotas, a las 5 de la mañana, nuevamente volvieron los claveles y las banderas y las cartas, el canto de los pájaros, y la vida exterior. “¿Está lloviendo?”, pregunta mi hermana. Estaba lloviendo. Y esa madrugada, estoy segura de que a todos, a pesar del cansancio, les costó dormirse.

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Comentarios

Fede dijo…
Hermoso Julie. Una pregunta, ¿fue casual que describieras a Cristina como "Esa mujer"? Uno de los mejores cuentos de Walsh y análisis del peronismo jamás hechos.
Julia dijo…
Absolutamente casual! Lo voy a buscar. Gacias, Fede!
Fede dijo…
Acá ta...
http://www.literatura.org/Walsh/rwmuje.html
Julia dijo…
Grosso!
Emilia Gonzalez dijo…
Muy buena crónica. Emoción una y otra vez!
Leonardo Gonzalez dijo…
Dificil explicar ese sentimiento que nos movilizo a tantos no? y a llevar el consancio a cuestas durante tantas horas. Creo que estas cosas no se explican, se sienten y ese sentimiento mueve montañas. Inolvidable momento, de los que dejan huella sin ninguna duda.
Juan dijo…
Hola, llegué acá por lo que publicó el suple no de página 12.
Nunca había leído algo escrito por vos, o quizás sí, pero es la primera vez que me detengo a ver quién había firmado esa columna, o como se llame.
Ya lo que había visto en el suplemento me parecía emotivo y altamente descriptivo de lo que pasó esos 2 días, y luego me encuentro con esta especie de bonus track de versión extendida, a lo que solamente me queda decirte muchas gracias.
Juan.
Julia dijo…
Emi y Leo: fue muy bueno compartir este momento con ustedes y con papá. Algo hay en nuestra cuna q nos habla desde siempre. Gracias!

Juan: Qué bueno q hayas llegado a esa crónica y luego acá, este bonus track q tenía atragantado. En el suple escribo hace unos seis años, de rock under, del indie. Gracias por tus palabras! Creo q hay mucho por hacer, lo q vivimos estos dias fue muy grosso, algo pasó. Saludos!