Nunca dejemos de ser infancias

No puedo más de la risa. O es que soy inmune al vecino que me llena la casa de humo con sus asados intermitentes o realmente cuando te reís no importa nada. Es todo más simple cuando te reís. Por eso, recibo un mail de ella en respuesta al mío en el que le contaba cómo me estaba riendo mirando unas grabaciones que habíamos hecho años atrás. Y que encima estaba leyendo cartas que nos mandábamos cuando teníamos 13, 14, 15, 16. Pero ella no se estaba riendo tanto, me contaba en el mail. Así que enseguida corrí al teléfono y la llamé.

Una noche hace más de quince años pasó algo parecido. Yo me estaba riendo mirando una película pasadas las 12 de la noche (en una niña ese era un horario extremadamente transgresor), y la llamé a ella que vivía muy lejos. Atendió riéndose. Estaba mirando la misma película que yo. No lo podíamos creer. Y hasta hoy nos acordamos de aquella conexión con Cirano de Bergerac en la pantalla. Nos hacía mucha gracia la nariz que le habían puesto a Gerard Depardieu.

Así que hoy la llamé de nuevo, como esa noche pasadas las 12 y le conté las cosas que ella me escribía en las cartas. Le recordé cómo le había dado un beso a un noviecito que tuvo a los 15 y otras cosas más que me contaba en las cartas y que con el tiempo la memoria desdibuja. Por ahí me había escrito con fibra naranja: "por favor, nunca dejemos de ser infancias". Y fue la mejor acción del día: hacerla reír recurriendo a lo que mejor sé hacer. Es que los adultos cada vez nos ponemos más serios.

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