Soplar el instante

Un mail de Surfpress y otro de Greenpeace están en blanco. No me dan ganas de abrir ninguno. Menos el primero, que seguro quiere ponerme al tanto de un último campeón divino y parafinado, contorneado sobre alguna ola en Fuji. Un chico perfecto. Como si todo lo que no puedo siquiera imaginar me inquietara. Hay ruidos en el edificio. Eso es real porque puedo oírlo. No son una foto de la ola perfecta. Reconozco a mi novio llegar por la forma en que abre el ascensor desde la planta baja. Tiene esa energía que nunca llamaría torpeza simplemente porque puedo verlo con los ojos del amor. Ruido de ascensor fuertemente abierto y luego cerrado dos pisos abajo. Una turbina arranca y otra vez las puertas fuertemente golpeadas, pero a unos metros de acá. Rechinan las zapatillas en el pasillo y la llave en la puerta hace ruido de llave. A la tarde hice una nota de ésas que incluyo en mi misión como comunicadora social. Soy una salvadora de almas, luego de mentes, a través del periodismo. Sí, la literatura va ganando su espacio. Nada que ver con un suplemento cultural, toco más bien de oído. Siempre como lectora intuitiva, nunca como crítica. Menos académica, menos teórica y más humana e iconoclasta del pasado. Defiendo el fetichismo de los objetos que encierran las letras, los viajes. Aunque pueda parecer superficial. Los libros para mí son un venerado objeto de deseo. Me gustaría no tener que decir que la “b” no está funcionando bien. Pero las cosas por su nombre. No era él. Greenpeace cuenta que irrumpió en un acto de Kirchner. No lo borro al mail. Pienso que en otro momento voy a leerlo. Pero sé que es mentira, que no ayudo ni siquiera con las ganas. Nada me importa más que apagar todo y arrastrarme como Laura Palmer en el sueño de atrás del telón rojo. Sé que si no lo hago es porque me da miedo, porque al menos ahora tengo el ruido del teclado. En la cama, luego de dejarme poseer por el ente, habré perdido. Tengo que mirarme las manos, tengo que mirarme las manos. Encuentro en la carpeta de downloads un word con tres textos de un poeta. Conozco los nombres de los destinatarios. Leo el primer poema y me aniquila, me da de lleno en mi corazoncito de pequeño vergel. Hay chicos que escriben muy lindo y aunque el texto es vanguardia, ellos guardan ciertas formas estilizadas. El segundo poema me parece más vulgar, algún lugar común no me deja tranquila. El tercero se parece más al primero. Empieza bien y termina mejor. La parte del medio es bastante arrabalera, desencaja con la sutileza del resto, y no me termina de. Y justo que estaba en la tranquilidad después de la paliza, cumbia entra por el balcón. ¡Pero qué falta de respeto, mi buen hombre! ¿Tendré que bajar a decirle que estoy en mi viernes de súper pasión? ¿Que de qué se trata mi viernes de súper pasión? Pues de nada en particular, sólo de estar en el silencio, con los ruidos conocidos del edificio, a veces me levanto a servirme más agua, mucha conversación conmigo y luces bajas. Porque tengo una vista de lince y no necesito todas las luces de la casa prendidas para ver lo mínimo e indispensable. Con Ella vendrá intento limpiarme de la cumbia. Pongo esa canción porque hay una energía de luz de celular azul. Porque siento que ella vendrá y al fin el techo dejará de aplastarme. Y ya no tengo miedo de reptar ni de convertirme en Laura Palmer con labios negros que hablan al revés.

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Comentarios

malegría dijo…
¿todos los viernes son viernes de super pasión? el próximo viernes me voy a acordar de eso y voy a guardarme un rato del día para estar entre mis cosas, con las luces bajas y una canción sonando para que nada me dé miedo
Julia dijo…
Todos los viernes que me quedo sola en casa son viernes de súper pasión, de pasión entendida por mí como eso que nos llena de alegría pero que tal vez otro no comprende. Porque no hay joda ni histeria ni baile ni explotan los parlantes. Nomás leer, el silencio, escribir, las luces bajas y todo un mundo por descubrir. Y que vivan las canciones para contrarestar el miedo! Un beso, Amanda!