Cucharas

La gente la vio llegar y supo. Un Mupet es un Mupet. Todos los que estaban en la reunión eran de la generación de la Rana René y sus amigos. Hola, dijo René y saludó a uno por uno con un beso. Pero la primera mirada fue con Miss Peggy, a quien tampoco le había hecho efecto las cucharas heladas en los ojos. Cuando llegó el turno de saludarla a ella, las dos sonrieron. Un poco nomás, porque a mayor risa, mayores son las bolsas en los ojos. Y un Mupet es un Mupet, pero también tiene dignidad.

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- ¿Qué te pasó? – le preguntó Miqui a su hermana ni bien abrió la puerta, y la abrazó. A su hermana le gustaba reposar su cara angulosa en los cachetes firmes de Miqui. La besó dos veces y le habló desde sus hombros.
- Nada, Miqui - le dijo.
- Bueno, vení, dejá las cosas acá que estoy cocinando.
Su hermana traía una mochila de viaje y un bolso de mano. El detalle es que no venía de vacaciones, sino de un destino mucho más cerca; la casa de su novio.
- Tengo un remedio infalible para esos ojos – dijo Miqui y le contó que la última noche de su viaje a Bariloche, la noche de las velas, todas las chicas habían llorado abrazadas. El problema era que después tenían que ir al boliche a hacer esas cosas que hacen los egresados en los boliches y esos ojos en compota estaban a la miseria. Las salvó el frigobar, donde enfriaron cucharas y luego se las apoyaron en las bolsas delatoras. Cucharas en los párpados, debajo de las cejas, en los ojos colorados. Miqui partió el almuerzo que había preparado para ella sola, puso la mesa para dos y su hermana acomodó cuatro cucharas en el freezer. Así pasó la tarde yendo de la cama al freezer.

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