El poder de las taurinas

Su madre me dejó sola con ella mientras terminaba de lavar los platos y se preparaba para la entrevista. Yo necesitaba romper el hielo y agradarle a quien parecía no dar lugar a otras mujeres en su acotado universo femenino de madre e hija.

- ¿Cómo te llamás?

- Nina.

- ¡Como Simone! ¿Y cuántos años tenés?

- Siete.

- ¿Pasaste a segundo o a tercero?

- A tercero.

- ¿Vos también sos taurina?

- ¿Cómo sabías? – dijo y abrió grandes los ojos. Nina pensaba que yo tenía poderes de adivinación y eso le gustó.

- Porque a los de Tauro los reconozco a la legua. Somos especiales. Todos mis compañeros eran más grandes que yo.

- Sí, casi todos tienen ocho.

- ¿Y qué día de mayo cumplís?

- El catorce.

- Ah, yo el ocho.

- ¿Sabés? A veces leo en esas cosas que escriben que te dicen cómo te va a ir y las cosas que tenés que hacer, y dicen que los taurinos somos cabezaduras. Pero para mí no.

- ¡Viste! A mí me dicen lo mismo, pero yo no creo que seamos así.


Nina abrió grandes los ojos y me preguntó de qué color los tenía.


- Te combinan con el sombrero – le dije – pero hace mucho calor para tener eso en la cabeza - Nina se sacó el sombrero y lo miró.

- Tengo los ojos verdes – dijo, y lo revoleó al fondo del mueble.

- Ahora que lo pienso, nosotras estamos negando ser cabezaduras y tal vez con esa actitud lo estamos siendo, y no nos damos cuenta.

- Sí, al negarlo, todos se dan cuenta de que somos re cabezaduras. Capaz que tenemos que aceptarlo – dijo Nina.

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