Febo V

Antes...

En la casa de la abuela la siesta era religiosa. Y nosotros tres juntos, guiados por Febo, éramos dinamita. Por eso nos encerraban dejándonos del lado de afuera. Nos hacían pasar al baño antes de acostarse y nos mandaban afuera. El calor de la llanura pampeana era áspero, no exagero. De una a cuatro, Febo mandaba más que nunca. Y a las cuatro íbamos a la pileta de Angelita, una amiga de la abuela que era una vieja bastante chota. Tampoco nos dejaba hacer ruido ni tirarnos de bombita. Teníamos que bajar por la escalera al agua. Pero lo peor era cuando Angelita se metía, porque la vieja no quería mojarse el pelo y nadaba con la cabeza por fuera del agua. Febo se retorcía para no zamparle un buen manotazo de agua y mojar entera la cabeza de la vieja. Pero no lo hacía. Una tarde, llegamos como siempre a las cuatro y había una notita sobre un banquito delante de la pileta que decía “ya vuelvo, no se metan”. Entonces Febo llegó corriendo y lo vio. Gritó con furia “¡Angelita no está, vamos a tirarnos!”. Y los tres arremetimos. Uno tras otro, bombita, cabeza, vuelta carnero, clavado, de todo. Fueron los mejores diez minutos del verano. Hasta que llegó Angelita y se armó la podrida. Nos dio un sermón y nos echó de su casa. Más tarde, la fue a visitar a la abuela y le contó. La abuela nos miraba de reojo con cara de enojo encubierto. Esa picardía de gorda que tenía. Nos retó un poco delante de Angelita y cuando se fue, dijo que era una vieja hincha pelotas, que mañana fuéramos igual. La abrazamos los tres juntos y vitoreamos a la abuela que estaba más hinchada aún por la alegría.

(Sigue)

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Comentarios

Anónimo dijo…
q grande, la gorda