Nati IV

Primera parte.

Segunda parte.

Tercera parte.

A dos años de haber terminado el colegio íbamos a ir a un boliche de la Capital con Emilio, el queera nuestro preceptor, porque su hermano trabajaba ahí y nos podía hacer entrar gratis. El Infierno se llamaba el boliche. Emilio era rockero, nosotras lo queríamos mucho y siempre hablábamos de música. Incluso una vez nos llevó a un recital de Los Ratones Paranoicos cuando Obras todavía era Obras. Después nos enteramos de que él estaba enamorado de Jessi. Ahí le perdí un poco el respeto a Emilio, porque se había hecho amigo nuestro para llegar a Jessi, a quien le llevaría unos veinte años. La noche de El Infierno nos juntamos justamente en la casa de Jessi para vestirnos y salir al encuentro de Emilio desde ahí. La onda era llevar nuestra ropa más presentable, repartirla entre todas, ponernos zapatos y maquillarnos un poco. Yo las vi. Eran unos cachivaches y no estaba dispuesta a disfrazarme como ellas ni a mostrar las tetas, por lo que decidí quedarme con mis Topper y mi cara lavada leyendo y tomando un poco de vino. Ellas estaban contentas, se sentían lindas, como si no lo fueran sin esas ropas espantosas. Se las veía caminar muy mal sobre los tacos. Dicen que Nati se encontró un blister de pastillas y se las tomó con Marina, otra de las chicas. Dicen, yo no sé cuánto había de verdad en eso de que se encontró las pastillas. Seguramente ya las traía consigo. Supe que Nati y Marina colaron un par, pero que aparentemente Nati tomó más porque no se podía mantener parada. Andaba por el piso y caminaba ayudada por las paredes y los árboles. A El Infierno no las dejaron entrar porque dijeron que estaban mal vestidas. Entonces Emilio se las llevó a ahogar penas a algún bar cercano. ¿Nati? Se perdió. Nadie supo nunca cuándo llegó a su casa ni cómo.

A lo lejos distingo un colectivo verde, puede ser el 44, el 65 o el 76. Miro de nuevo el puterío. Nunca me animé a preguntarle a Nati o a su madre cuál era la enfermedad de la que tanto hablaban, y que cuando estuvo presa, le faltó la medicación. Era el 76. Fija que no hay asientos, diez minutos de espera equivale a viajar parada. Un peso, por favor. Me voy acomodando pal fondo y escucho cada vez más cerca una canción romanticona: Ordinary World, de Duran Duran. Odio las canciones romanticonas tanto como a los que ponen los celulares con el volumen para afuera. Intento adivinar quién es el que tiene tan mal gusto. Busco entre los asientos y los que, incómodos como yo, se agarran del caño. El de mal gusto es un policía que, acorde a la canción, parece un boludo, apoyado en el vidrio de la ventanilla, mirando hacia la calle con cara de enamorado. Lo de boludo lo digo porque es policía.

Fin.

***

Comentarios

Anónimo dijo…
Que final! jajajaaaa...
Cuando sepas algo de Nati, avisa! Besos, lindo relato, como siempre...
Bruja dijo…
muy lindo. que buen personaje la nati!

un beso

pd. duran duran: puajjjj!
Anónimo dijo…
no imagino a un policia escuchando duran duran
Sof U. dijo…
me encanta como escribis
quiero leer mas !!!!
Julia dijo…
Jeru: Gracias, sabía que ibas a decir algo del final, besos!!

Bruja: Buen personaje, sí, lo llevo en mi corazoncito. Obvio: corchazo a Duran Duran, artista exclusivo de la cien. Y gracias! =)

Creer o reventar, Buscando "un imposible". Hola!

Sof U: Hola y bienvenida! Gracias por comentar. Ah, me gustan tus fotos.
Franky dijo…
Muy buena! Me encantó.
Julia dijo…
Gracias, Franky!