Ella (tercera parte)

Primera parte.

Segunda parte.

Cuando el padre de Ella se fue de la casa familiar, se quedó a vivir en su negocio. Él tenía una imprenta. Ahí nomás tiraba un colchón y se lavaba en el bañito de atrás del mostrador. Comía pebetes y fiaba el desayuno al bar de la vuelta. Por las mañanas abría la persiana de la imprenta y se disponía a atender, como si nada. Una vez, Ella todavía no había nacido, le incendiaron el negocio. Les avisó una madrugada El Flaco Minerva, que como su apodo lo indica, manejaba la máquina Minerva, ese armatoste que solía imprimir tarjetas en la epoca del ñaupa. Al parecer él se iba de joda seguido con el papá de Ella y le gustaba bastante el chupi. Nunca se supo qué pasó con el incendio, pero la mamá de Ella sospechaba que había algo con otra mina. Siempre hubo otras minas. La mamá lo sabía, pero ni siquiera se molestaba. Para él, su esposa era un ente necesario, era la figura que se ocupaba de los hijos, la que ponía el vientre depositario de su ignorancia, el bastón que les hacía la leche, los llevaba al colegio, los retaba. Dejen el baño que va a venir su padre, les gritaba su madre a los chicos. Saben que a su padre le gusta meterse en el baño cuando llega de trabajar. Dónde están las pantuflas de su padre, preguntaba a viva voz. Tenía la manía de hablar detrás de las paredes, desde otros cuartos. La excusa perfecta para gritar. A veces su padre ni llegaba. O sino, lo hacía muy sobre la hora de la cena, para sentarse en la punta de la mesa, comer sin hablar e irse a la cama arrastrando las pantuflas. Al día siguiente, muy temprano se iba a la imprenta sin que nadie lo viera.

El novio de Ella también vive en el barrio, es más bien buenazo, de esas personalidades tímidas que suelen confundirse con sumisión. Habría que ver cómo era él puertas adentro. Él tiene un año más que Ella y terminó el colegio el año pasado. No fue a Bariloche, ahorró la plata y se compró una moto. A Ella no la dejan salir en la moto, pero a veces se escapa. No le gusta mentirle a su mamá, pero no le queda otra. El novio trabaja en una pizzería en el centro del barrio. Algunos días a la noche y otros al mediodía. Cuando se desocupa tipo 3.00, 4.00 de la tarde, se va para lo de Ella y toman la leche, ven la tele y tienen sexo silencioso, a pesar de la madre que nunca se tomó bien el tema del despertar sexual de nadie. Como si sus cuatro hijos hubieran nacido de un repollo. No digo cigüeña, demasiado sofisticado París. Siempre temió el embarazo temprano, pero nunca lo habló con sus hijas mujeres hasta que la mayor quedó embarazada a los 17. Casi la mata la tarde que llegó a la casa para contáserlo. Era invierno. Su hija entró a la cocina, en donde siempre estaba su madre de espaldas a la puerta, de cara a la pileta y a los azulejos, y le dijo ma, voy a necesitar que me prestes algo de plata. La madre se dio vuelta y la miró. Le miró el seno inflado como globos de siliconas. La hija aún tenía la cara regordeta de las adolescentes, sentía que los cachetes le iban a explotar. Llamémosle intuición de las madres o qué, pero enseguida se dio cuenta y le dijo nena, qué hiciste. Casi la casca, le quería sacar los ojos, golpearla hasta que expulsara la célula mínima que el Evatest confirmara unas horas antes. Unos años más tarde su padre le dijo puta, te embarazaste a los 17. Cuando la mayor llegó con la noticia, él ya se había ido de la casa, por lo que la madre lo llamó especialmente por teléfono y le dijo tenemos que hablar, la nena está embarazada. Así le dijo, derecho viejo. Y la nena lloraba tirada en la cama. Ahora tenía los cachetes y los ojos rojos.

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Comentarios

Anónimo dijo…
Fantástico blog me gusta me ha aireado mi imaginación y pensamiento estancado, muchas gracias por su edición con tan buen gusto felicidades, reciba un abrazo.