Domingo

- Disculpame, ¿puedo sentarme acá?

Me preguntó un desconocido. Ante mis dos segundos de silencio, siguió:

- ¿O estás con alguien?

- Estoy esperando a alguien.

Mentí. Entonces el desconocido se fue a otra mesa.

Llueve desde que empezó el domingo. Yo decido salir a caminar. Sin paraguas y anunciando la hora mágica. Llego a Havanna y espero que una pareja de viejos se levante de una mesa con sillones. Se van, me siento. Sólo consigo un suplemento de Turismo de La Nación y lo ojeo un toque. Punta Tombo, Purmamarca, Mendoza y San Luis. Ningún destino al que yo pueda emigrar ahora. Estoy sentada junto al vidrio frente a un kiosco de revistas y la luz es cada vez menos. Los faroles de Santa Fe van encendiéndose de acuerdo al grado de oscuridad. El agua en la avenida refleja el andar de los bondis, los autos y algún solitario que, como yo, salió a caminar un domingo de lluvia, sacrificando una tarde caliente junto a su amante. El desconocido que me preguntó si podía sentarse en mi mesa está a dos metros mío. ¿Tendría que haberle dicho que sí? ¿Por qué no quise compartir la mesa con él? Supongo que porque no soy ingenua. Además, si salí a caminar sola es porque quería estar sola. Terminados el capuccino y el Havannet, saco el libro, Los estantes vacíos, de Ignacio Molina. Y fue en esa lectura que el desconocido me interrumpió y me puse a escribir esto. Entonces busco en mi bolso extra grande mi Mp4. Entre tantas cosas no lo encuentro y mi mirada va al cielo, emulando una oración, y eso basta para que mis dedos acaricien la preciada tecnología. Jethro Tull va con el momento. Elijo el segundo cd de un disco compilatorio y me quedo un rato autista, escuchando, viendo cómo cambian los colores de la tarde. Las luces en el piso mojado. No pasa nada. Sigo con el libro.

No me estoy haciendo pis, pero lo mismo bajo al baño, tengo que verme al espejo. Necesito mirarme y corroborar que soy yo. Que sigo siendo yo. Soy yo, y tal como lo imaginaba, estoy flaca y pálida. ¿Serán las luces del baño?, me hago ilusiones. Sé que no son sólo las luces del baño. Que soy yo, y que la piel refleja mi aburrimiento y mi abulia.

***

Comentarios

Anónimo dijo…
Ufff! Recuerdos de domingo en Buenos Aires, y encima con lluvia! Yo me iba a Lavalle a mirar 1 o 2 pelis y a jugar al backgammon hasta que se acabara la abulia. Maldito y bendito Buenos Aires, Babilonia argentina.
Julia dijo…
Y qué lindo, Jeru, cuando el agua se queda en la calle y se refleja todo lo que por allí pasa. Es el espejo de la lluvia. Besos!
Franky dijo…
Qué esperabas en el reflejo de un baño que ni siquiera es el tuyo un domingo de lluvia! Gracías que los reflejos van al trabajo en días así, pero más no les pidas...
Julia dijo…
Guau, es verdad! A veces la felicidad está un poco en las cosas tristes, no? Puede sonar algo contradictorio, pero si lo pensás un segundo vas a ver que no es así. Saludos, Franky!
Pulgamamá dijo…
Este post es lindísimo, triste pero lindísimo. La forma en que describes Buenos Aires, el reflejo en el agua, tu reflejo en el espejo. Se siente la tristeza en la tarde que describes, en el cafe y el libro que ojeas, en tu asombro al creer que el decsonocido quería sentarse contigo.
Saludos!
Julia dijo…
Gracias, extranjera... Se trata de disfrutar la tristeza de las cosas bellas. Saludos!