Eight days a week

No me gustan los hombres. Es decir, me encantan, pero no me gusta cómo son la mayoría de los hombres. Por lo general no suelo mirar chicos en la calle. No hay chicos lindos. Para que alguien me llame la atención tiene que ser bello hasta la médula. O tiene que tener algo, algo muy especial. Y de eso carecen los hombres. Una vez fui a hacer una nota al Centro Cultural Konex con la fotógrafa del diario y ni bien entramos ella dijo lo parto al medio. Y yo me quedé. Lo miré. Sí, Santiago Vázquez está bueno, y además tiene ese algo que lo hace aún mejor. Pero yo nunca hubiera hecho ese comentario. ¿Lo parto al medio? No me gusta el físico de los hombres, por ejemplo. Tenía un novio que cuando decía esto, se espantaba, creía que yo era gay. Yo le decía que no tenía que ver con ser gay, que realmente me gustaba más el cuerpo de una mujer. Me gusta cómo se ve mi cuerpo desnudo, cómo se ve el cuerpo de una mujer desnuda. Me gusta admirar un cuerpo hermoso. Un cuerpo de mujer. Creo en la sensibilidad y es difícil que un hombre entienda por completo a una mujer. Piensan que todo es cuestión de hormonas y del calendario de la menstruación. No me gustan los hombres y su forma de simplificar. No son suaves, están llenos de pelos. La barba me raspa. Son torpes. No son atractivos cuando caminan por la calle. En cambio las mujeres sí. Y de esto también se dan cuenta los hombres, entonces son tan torpes que algunos les faltan el respeto. Las mujeres son hermosas. Haber nacido mujer no fue una elección. Parece que los hombres tuvieran que castigar a las mujeres por ser hermosas y sensibles. Pero cuidado: frágil. Me pregunto por qué los sigo eligiendo. Me interesa más un hombre que se acerca a la sensibilidad femenina que uno de esos futboleros pasados de moda. Me gustan los hombres que tienen algo. Y ese algo difícilmente aparece. Mi hombre, el actual, tiene ese algo. Cuatro días a la semana me lo muestra. Los tres restantes, divago en el universo de las mujeres.