El delirio y el polvo

El humo me tiene podrida. Digo esto y miro para abajo, como cuando es imposible encontrarle solución a algo. Resignada digo que me tiene podrida. Soy alérgica, y en los asados jamás salgo a ver cómo va la carne, por el solo hecho de no llenarme de humo. Además porque no como carne y no me interesa el arte del asador. Hoy siguió de largo un 140, luego de ver pasar tres al hilo mientras venía caminando, esquivando humo. Una señora que estaba delante mío tenía la misma expresión que yo. Cuando pasó de largo el colectivo, obvio, se dio vuelta y me hizo el comentario correspondiente. Ahí le vi la cara. Estaba igual que yo. Allá vienen dos más, a lo lejos, los ve? le dije e intenté señalarle Córdoba cuando hace la curvita. No veo nada, soy alérgica, me dijo. Alérgica y vieja, combinación letal para ver algo en estos días de borrasca.

Llego al barrio y acá no hay tanto humo, será que hay menos edificios. Pero anoche estaba asustada de verdad. Antes de apagar la luz para dormir, tuve que decirle a Seba que lo quería ver bien antes de quedar a oscuras. Esos miedos cinematográficos. Y llego al barrio y me encuentro con la agradable sorpresa de la feria detrás de la plaza. ¡Cómo me gustan las ferias! Las viejas hacen cola con sus changos. Yo me paré haciendo una cola ficticia para chusmear un poco el movimiento, miré los precios, las plantas, me infiltré entre las cebollas. ¡Me encanta! Encima detrás de la plaza, las ramas de los árboles caen sobre la vereda y parece un cuadro del viejo Chagall. Fue como haber llegado a otro planeta. De verdad que el humo por lo de Seba estaba heavy. Corrompiéndose al centro del miedo y yo que no soy bueno me puse a llorar. El amor en los tiempos del humo. La puta madre.


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