Casi que escupo la antorcha

Venía del centro a mi casa, medio distraída, dormida. Así, cero. Confundida. De a ratos miraba por la ventanilla, tal vez pasaba algún chico lindo. De a ratos pispeaba el celular, mensajes en plan de salida de viernes con Marinit y Ceso. Pero de ánimo bajón, claramente bajón. El mp4 sin batería y el libro descansando en la casa de él. Olvidado. Estaba desprotegida, digamos, por eso venía así de mirona. Saco la agenda, miro cómo viene la semana próxima, hago unas cuentas, sumo un par de notas. Un viejo se sienta a mi lado, lee Fausto, está fascinado. Al viejo le caminaba una araña todo el tiempo por el brazo derecho de la camisa blanca. Me ponía nerviosa pero a la vez me daba gracia, porque el tipo venía en éxtasis leyendo y no se dio cuenta. No me gustan los bichos. Sus patitas se mueven a una velocidad tan veloz que me es imposible aguantar el asco. En eso, el 93 se para y veo que el chofer busca cómplices desde el espejo. ¿Qué hago? dice, ¿Sigo, paro? Yo, como recién caída del catre, saco los ojos de la araña, me enfoco en el interior del colectivo e intento comprender la situación. ¿Por qué habría de detener el bondi? ¿Por qué el chofer buscaba cómplices con esa sonrisa socarrona? Y un par dijeron seguí, seguí. Eran los menos, los más ortivas, me parecieron: un viejo y un pibe que atrás mío putuaba de lo lindo. Qué ciudad de mierda, decía el pibe. Me di vuelta y vi que tenía ojos azules, pero era visiblemente antipático. Entonces me di cuenta que estábamos parados en una de las calles por la que iba a pasar la famosa antorcha olímpica. Al toque me uní a los ortivas. Siga, chofer, por favor, le dije. Claro, respetuosa siempre, pero con un dejo de indignación. El chofer se moría por ver la antorcha pasar y yo me preguntaba qué tenía de especial ver eso. Incluso amagó un par de veces más con parar, haciéndose el gracioso. Estábamos viajando en colectivo, yendo a un destino concreto, pensaba que el que quería ver ese espectáculo, se podía bajar y alentar al de la antorcha, en el caso de que ese fuera el fin de los curiosos. No podía entender el encantamiento del chofer por esa antorcha pedorra. Unas viejas se sumaron al chofer y hacían chistes y se reían. Yo no entendía la gracia, pensaba que tal vez teníamos otro tipo de humor. ¿Acaso no lo pasarían más tarde en todos los canales? ¿O era sólo para decir sí, yo vi la antorcha pasar? No sé, no lo entendí, sólo se me ocurrió pensar en el desmesurado fanatismo porteño. Qué idiotez, por favor, pensaba, y me mordía el labio como cuando éramos nenes y decíamos qué hammmmbre.


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