Luz mágica / La hora

Los pies aparecen debajo. Son perfectos. Todo el día estuvieron envueltos, abarrotados por las zapatillas y a la noche, al pie de la cama, se desnudan. Las zapatillas están sucias y los cordones, negro barro. Desato todo y allí aparecen, antes de pisar el parquet. Dos pies hermosos, rosados, que ahora buscan el descanso. Vuelan a la cama impulsados por un par de piernas pálidas, protegidas del sol.

Estoy en el cuarto y él desde el living pone un disco o algo. A ver. A mi me gusta, me parece. Pero él pasa los tracks, uno, otro, otro. Finalmente me gusta, pero él pasa el track de nuevo, otra vez, buscando un sintetizador.

Siempre hablan detrás de la ventana. Me gusta dormir con la ventana abierta, pero parece que los de abajo siempre tienen asados o cumpleaños que festejar. Entonces me privo de la brisa de la ventana del comienzo del otoño. Es raro cómo cambian las estaciones, cómo cambiamos nosotros. Acá hace frío, me dijiste, pero no sabías en qué estación vivías. Acá ya es muy tarde. La diferencia horaria. Allá estás muy linda. Tu magia, tu sonrisa se magnifican con los años. Sí, le digo, los años me hicieron bien, me curé. Soy feliz, soy sola, no me casé, aún no se me ocurre. Hijos, menos. El fin del verano no se define. Las tormentas son efímeras pero alcanzan para inundarlo todo. El viento zamarrea los árboles y el agua. La luz amarilla anuncia el fin de la tarde. Está lleno de edificios, pero aún oigo los sonidos de la tormenta, la luz amarilla, el cielo gris oscuro, denso, la calle abajo. Todo se llena de vida. Yo entro, es tarde. Se largó. Mi paraguas, no recuerdo dónde lo dejé. Como siempre, fallé en las tareas domésticas. El estado del tiempo, el fin del mundo. Para todo lo demás existe Mastercard.

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