Hola dulce viento / Viajero naciendo

Quisiera tener diez años menos para volver a drogarme mucho, como antes. Ahora ya estoy grande, pienso en las consecuencias que las drogas harían en mi organismo, en mi cabeza. Pienso en lo que podría hacer yo ahora, así de loca. La verdad es que asusta un poco enloquecer. Siempre quise ser una mujer, como lo soy ahora. A veces me cuesta creer que yo fui esa chica. Supuestamente era una "chica bien", que iba al colegio, con una familia, etcétera. Creo que justamente por tener todo en orden, yo necesitaba bardear y decir que no todo era como pensaban, o como me habían enseñado. Me encantaba enfrentar a mis viejos. Por eso conocí las drogas antes que el sexo. Yo odiaba el sexo, odiaba las artimañas que hacían los hombres para coger, no los entendía. Yo decía para qué voy a desvirgarme, si las drogas son lo mejor. No quería perder el tiempo copulando como conejo. Bueno, hasta que llegó el momento y lo entendí. A los dieciséis dejé de lado mi feminismo infantil, exagerado y prejuicioso, y me entregué al sexo. Y a la vez, me drogaba. Había encontrado la forma de hacer las cosas juntas. Sí, gracias Hoffamn. Tuve momentos increíbles. Antes las pepas eran mejores. La última vez que tomé fue el año pasado, después de diez años de no haber consumido. Y el año pasado no tuve las alucinaciones ni esos ataques de risa incontrolables, ni los viajes, ni sexo toda la noche, ni*. Por eso digo que antes eran mejores los ácidos. Me acuerdo una navidad que estábamos con Ana y Hernán, por entonces novio de ella y amigo mío del colegio. Ese veinticuatro, después de las 12, Hernán nos pasó a buscar y entramos de colados en su casa para meternos a la pileta y nadar de noche. Si sus viejos se enteraban que habíamos estado ahí, se pudría todo, parece que eran de lo más hinchapelotas. Así que tuvimos que ahogar mil risas con tal de no hacer kilombo y no mojar el patio. Hernán tenía una perra doberman, me acuerdo como si fuera hoy, que nos quería morfar. Posta. Pero estaba atada con una cadena y el peligro de que se soltara y nos despedazara me llenaba de adrenalina. La perra estaba enfurecida y babeaba, como en esas escenas de películas de terror que jamás vi. Con Ana habíamos dejado nuestros vestidos en una silla y nos metimos los tres en ropa interior. La inocencia emergía del agua. Después salimos de la pileta, nos secamos un poco con el aire cálido del verano, y nos vestimos. Hernán ya tenía auto, entonces nos fuimos con las bombachas húmedas a la esquina. La casa de uno de los pibes de Villa Bonisch era la esquina. Así que nos quedamos ahí, tomando cerveza y sidra, fumando y estallando el ácido. Un viento fuerte, helado, vino de pronto y con Ana aún teníamos el pelo mojado. Juro que nos hicimos invisibles de los pibes y dejamos que el viento nos secara el pelo, como un gran secador. Esto es lo que decíamos, el secador de pelo gigante del cielo. Y disfrutábamos de eso, mientras los pibes tocaban la guitarra por allá y se cagaban de risa.

Supongo que después de barriletear un poco más por el barrio, Hernán me dejó en mi casa. De día, por supuesto. Me encantaba ver los colores del cielo cuando amanecía.

Y llegaba a mi casa, me encerraba en mi bulo y ponía Pescado Rabioso. Era la gloria, de verdad. La inconciencia era la gloria. Los colores, la música, el sonido que entraba en mí. Los cuadernos viejos, los libros, el silencio, yo. No poder dormir, pensar, pensar, mirar por la ventana. La luz, mi cuerpo iluminado, la cabeza que me latía. El árbol, el cielo violeta, las drogas.


* El tiempo cambió la calidad de las drogas, y a nosotros también, claro.

Comentarios

Anónimo dijo…
"...eres como mi amiga, que se va..., que se va...!"
Buenisimo.