Imaginería

Estoy en la playa, recostada sobre mis codos. La arena es casi blanca y yo percibo una sonrisa en mis labios mientras miro la inmensidad del mar. Todo es placentero. El cielo está claro y los rayos del sol se filtran e invaden el agua limpia. La sintonía que guarda este espacio me invita a entrar al mar. Tengo ganas de sentir el agua, la densidad que mantiene mi cuerpo a flote, esa claridad que recibo de la naturaleza. Camino por la costa hacia el mar y nada es más agradable. Me sumerjo. El pelo es parte de la piel y del mundo. Me interno en el mar porque no tengo miedo, aunque cada vez esté más oscuro. La orilla quedó lejos y voy hacia lo hondo, a las profundidades. Nado hacia abajo y soy parte del agua y del mundo submarino. Abro los brazos, los junto, mis piernas hacen el movimiento de las ranas y avanzo cada vez más hacia el fondo. Parece que no hubiera fin. Está oscuro pero no tengo miedo, el sol sigue existe arriba. Descubro una cueva, está completamente oscura, más aún que el resto. Penetro en ella por medio de una fuerza que me absorbe. Pero no tengo miedo porque sé que no hay nada malo allí. Me entrego a esa fuerza que me impulsa a buscar y percibo las paredes rugosas, como se ven en las películas. Sigo bajando hasta que algo me detiene. Veo una perla que brilla y me llena de luz. Está sola y abandonada. No entiendo quién pudo haberla dejado ahí. La miro y no comprendo. Me dan ganas de llevarla conmigo, pero es muy luminosa como para poseerla así como así. No quisiera hacer nada que la perla no desee. Su luz me encandila e ilumina todo alrededor. Me ilumina a mí. Esa fuerza que antes me impulsaba a bajar por la caverna hace que me convierta en perla y me veo desde la luz. “Te veo curiosa y como perla que soy te digo que sí, que me lleves con vos – me dice -. Acá abajo está oscuro y frío, estoy sola, quiero ir con vos”. La cara del otro lado de la perla está iluminada, mirando, y sabe que tiene que volver a la superficie con ella, pero no se anima a llevarla. “Llevame”, insiste. Nuevamente vuelvo a mí, a mi cuerpo liviano en el agua, en la cueva, y sé que sí, que tengo que regresar con la perla. La tomo con cuidado y desando el camino hacia la superficie. La luz de la perla me permite volver con más claridad. Ilumino la salida, la luz me muestra el camino que se abre generoso. Regreso, mientras miro el mundo todavía bajo el agua. El sol sigue existiendo arriba. Asomo la cabeza con mi perla dentro mío y vuelvo a la orilla, a la misma posición que antes, nada más que ahora mi sonrisa no es sólo tenue, sino que brilla.

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