***

Buscame, o algo así decía la nota. No había firma. ¿Quién me pedía que lo buscara? ¿Por qué tenía que adivinar de quién era ese pedido? Si me escribió es porque me conoce. Entonces comencé a mirar bien la nota, las letras, cada una por separado. En mi memoria debía recordar alguna b como la de buscame. Buscame. Que quería decir encontrame, porque muchas veces lo había buscado, aún lo busco, pero no sé dónde puede estar. Lo reconocí por la b redondita, como de primer grado. Recuerdo bien su letra, aunque no guardo sus cartas, que eran muchas. En parte porque no quise tener sus palabras conmigo, pero tampoco entendía mucho lo que quería decirme cuando me escribía. Él hablaba siempre de amor y de nuestras almas que se unían cuando volábamos juntos. En ese entonces yo también lo creía. Es verdad que volábamos. Tuvimos encuentros que no tenían que ver con el físico. El sexo era sexo, pero esto era otra cosa. Recuerdo muy bien el momento, el instante de la fecundación. Lo supe y basta. Él era muy espiritual, tanto que una vez quiso matarme. Pero yo no interpreté que quería matarme porque era un asesino o porque fuera malo, sino porque ése era su delirio místico en medio del ácido y de tanta adoración mutua. En un momento de devoción me preguntó si moriría por él. Se levantó y trajo el cortaplumas. Agarró mi muñeca. Yo me incorporé, desesperada, y me quedé desnuda como estaba, en posición fetal, llorando. Mi pelo largo me cubría por completo. Quise estar con mi mamá. Él pensaba que iríamos a encontrarnos los dos en el cielo, o en alguna otra dimensión. Más de una vez lo habíamos conseguido, porque el sexo no era sólo sexo. Podíamos estar horas sumergidos en nosotros sin movernos, sin tocarnos. Siempre nos quedábamos mirando sin hablar. Nuestra relación no fue lo que se dice comunicativa. Pienso que porque éramos dos adolescentes en pleno descubrimiento orgánico. Cuando nos encontramos, él era virgen, yo no. Eso no me lo perdonó nunca, era como una falla en el libreto de nuestra historia de amor. Yo lo había estado buscando. Él sabía de mí, pero era muy tímido, entonces yo conocí a otro que fue más rápido y me fui con ése, aunque no me gustaba. Mis hormonas habían dicho que ya era hora, aunque a menudo pensaba en él. De esta forma, ni bien estuve sola, lo busqué. Y lo encontré. Caminamos de la mano durante horas por una plazoleta. Sólo hablábamos mirando al frente. Yo me reía de nervios. Él no se animaba a darme un beso. Se lo tuve que dar yo. Ahora no sé dónde buscarlo. Una mañana, ni bien me desperté, lo vi en la punta de la cama, me estaba mirando. Estaba adorándome, lo vi en sus ojos, mientras se tatuaba con aguja y tinta china. Te amo, me dijo, y se siguió clavando. Después vi que era una jota entremezclada con sus venas. No sé qué habrá hecho con ese tatuaje.

Creo que ahora tiene hijos. Yo nunca tuve hijos, no sé si los tendré. Sé que de haberme quedado a su lado, tendríamos hijos. Uno, seguro. Tal vez dos.

Hoy llovió todo el día y no creo que mañana pare. Mejor que llovió, de lo contrario lo hubiera ido a buscar después de ese sueño, de la b que recordaba, gracias a un vhs que me regaló, me dedicó, y no me animé a tirar.

Comentarios