Arcadas

Estoy caliente, no de la forma caliente que me gusta estar, sino caliente de enojada. No me banco más dar explicaciones por las cosas que suceden en este blog. Estoy pensando en cerrarlo, pero no cerrarlo para siempre (para siempre, qué expresión horrorosa!). Tengo que trabajar. Editar, precisamente, y estoy tranquila. Tengo resaca, por eso no salí a ningún lado, pedí comida, incorporé potasio con una banana y vitaminas C con jugo de naranja. Mates, obvio. Y así, en la tranquilidad que me gusta. Sin embargo me salgo. Odio salirme de mi estado zen perfecto. Odio quedarme vulnerable (no uses esto en mi contra luego, las cosas no son siempre iguales, yo no soy siempre igual, yo yo yo, no quiero que me lastimes). Odio ser tan contradictoria. No quiero tener razón, pero a veces no sé cómo esconder mis errores. No los quiero mejorar, no quiero mejorar. No me interesa lastimarte, aunque vos lo hiciste antes. Rima involuntaria. No tomes esto para herirme luego. Me salí de mi foco en medio de mi edición y ahora estoy re caliente. Y anoche sí, me emborraché mucho. Te dije que ni bien me curara de la gripe iba a tomar hasta el agua de los inodoros. Hoy estoy lenta, me cuesta hablar. Y este vómito es la necesidad de volver a mi foco. Necesito editar esa nota. No quiero estar así de enojada. Odio el enojo. Odio equivocarme, después lo tengo que reconocer. Hay errores que no me importan reconocer, errores que no me importan. Pero no sé por qué existen otras cosas que me importan tanto. Es tan fácil decir que soy un desastre. Soy un desastre. En mi propio orden de felicidad ingenua y celestial, en mi dulzura de manos pequeñas, detrás, soy un desastre. No quiero que te enteres porque vos amás la perfección. Puedo estar arriba arriba arriba y luego abajo. No hablo de la forma en que me gustar estar arriba o abajo, se entiende, hablo de los estados de ánimos. Y el sexo. Lo siento tan lejano y lo necesito tanto. Como el agua para saciar esta resaca.


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