Fantasías animadas de ayer y hoy

No tuve muchos novios, sólo tres. Bah, el rótulo de novio era para los afortunados que llegaban a mi corazón. Cursi y real. Aunque hubieron dos más que llegaron a mi corazón, pero lamentablemente la distancia no los calificó. Uno vivía en Mar del Plata y el otro emigró a Barcelona al mes de habernos enamorado. Los demás hombres de mi vida son historias. Onda, tuve una historia con fulano o una historia con mengano. Quiero mucho a los que pertenecen a este género numeroso de hombres, pero por algún motivo no fueron novios. Uno de estos hombres historias, al que llamaré HH por razones lógicas, se enamoró terriblemente de mí. Aunque hoy creo que no era amor, sino obsesión. ¿Cómo se explican entonces los llamados insistentes al celular cuando yo no le contestaba? Sobre todo cuando yo estaba en infracción y a las 3 de la mañana. Sentía sus ojos en mi nuca, el celular y el ringtone ridículo me ponían nerviosa, la respiración obsesiva de su violencia. A HH nunca quise darle la libertad de los novios porque yo no estaba enamorada de él y me gustaban otros chicos, con los que no me privaba de salir. No era miedo a enamorarme de HH o sufrir siquiera, sino simplemente cero amor. No me pasaba nada fuera de la cama. No lo extrañaba. Una noche salimos a beber con HH y rechacé su invitación a dormir juntos porque tenía sueño, le dije. Nada más erróneo. Obediente, aparcó su auto en mi casa. Me despedí, le di besitos nada prometedores y subí al segundo ce. Esperé 15 minutos sentada en la cama y retorné a Rivadavia a tomar un taxi para encontrarme con otro que me gustaba mucho y que me había invitado a una fiesta. Ya nos veníamos mensajeando desde la tarde y yo sabía que esa noche pecaría. En todo caso no me importaba porque ya lo había hecho con él, con este otro, al que llamaremos A. Así fue como llegué a la fiesta en un sótano sombrío y húmedo y A justo bajaba de otro taxi con una botella de heavy metal y unos bigotes pintados en la cara. Estaba visiblemente borracho. Lo acompañaba un amigo. Él es el famoso D, me presentó, y aclaró que de los dos, D era Robin. A era Batman. D también me gustó. Tomamos unas cervezas los tres en ese sótano, bailamos, histeriqueamos un poco, y a eso de las 4 nos fuimos a lo que antes era el Roxy. Tomamos un taxi y ya olíamos a sexo. Yo me sentía halagada entre dos hombres que no disimulaban su excitación. Pagamos la entrada. Por suerte esa noche los tres teníamos plata, así que no fue problema el taxi, ni la entrada, ni las birras. Una vez adentro, nos disolvimos. Cada cual voló un rato por su lado. Recorrimos las pistas en busca de gente nueva, nos encontramos con unos y con otros, hasta que por fin coincidí en una misma pista con D. El volumen del reggae fue la excusa para hablar cada vez más cerquita, y cuando me quise dar cuenta, D me había agarrado la cara y me petrificaba contra su boca. No me negué. Fue un beso lindo. Enseguida lo vi a A que estaba revoloteando una chica. Me puse celosa. La chica seguro pensó que A era un moscardón ebrio y lo echó. A mí me convenía su aspecto de borracho perdido. Que A comenzara a apuntar otras chicas me dio el puntapié para comenzar el trío. Me acerqué y le di un beso. Los labios de A eran grandes y mojados. Mientras, D miraba y me abrazaba. Me acariciaba la cabeza y buscaba mi boca. Yo estaba en el medio de los dos. ¿Vamos?, tiró D. ¿Los tres?, pregunté. Era obvio. Bueno, les dije, pero primero voy al baño. Así pude despegarme de ellos y huir hacia la puerta. Ya era de día. Paré un taxi y me fui a mi casa. A me llamó por teléfono. Vení, me decía, vamos a pasarla bien. No, no te enojes, pero no estoy muy segura de hacer esto. Dale, vení, no te vamos a lastimar, insistía. Y así seguimos hablando hasta que me desnudé y me desmayé en mi cama. A las dos horas me despertó HH para darme el saludo de los buenos días. Yo tenía la cabeza en un lavarropas, el olor y el recuerdo de otros hombres. Ese fue el fin de mi historia con HH.

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