Todo lo sólido se desvanece

La Avenida Córdoba es un puñado de luces que se diluyen.
Otra vez está parado ahí, y entonces se da cuenta que está llorando.
El efecto de las luces son lágrimas.
Luces como ácidos.
No espera el colectivo. El 140 hace lo que quiere.
Le da vergüenza llorar en público, así que para un taxi, no tiene plata para pagarlo. Una vez en su casa, verá qué hace con la tarifa.
Los hombres no lloran, pero a él le agarra hipo y esas cosas dramáticas de las películas.
Cree que está en una película mala.
Menos mal que el taxista no le habla.
En la radio pasan Sea of love, la versión de Robert Plant, la única versión que hubiera conocido, a no ser por una película con Al Pacino que vio una noche de insomnio y luego se quedó dormido. Fue una película sin final, según su punto de vista.
Su hermano le manda un mensaje; adónde estás que no te veo conectado?
Arriba de un taxi, le responde, ya estoy llegando.
Que siempre confundió la ye de yendo con la ll de llegando. Ella le decía acordate, Yendo de la cama al living, con ye. Es verdad, pero lo mismo se confundía.
Ahora recordaba la manía de ella con la ortografía, y las luces de la calle nuevamente se borran.
El auto dobla en Alvarez Thomas y falta menos para llegar a su casa.
Sube al sexto B, busca plata y baja corriendo.
Acá está.
Solo. Se encierra.
El teléfono suena, no atiende, lo desconecta.
Nada más llega y huele los restos del día.
No pasará mucho tiempo hasta que todo desaparezca.



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