Éramos compañeros en la escuela de periodismo, aunque él le daba más bola a su banda de reggae que al estudio. Siempre me había sentido atraída por él. No sé si era su timidez, su exquisita forma de escribir, el color de su piel, los hoyuelos que se le formaban cuando sonreía o su voz. Lo cierto es que recién en el último año del curso nos acercamos. Nos contamos algunas verdades y nos hicimos amigos. Empezamos a ir juntos a recitales, al cine, fiestas, previa reunión en casa para echar humo y beber. Todo parecía indicar que era mi amigo perfecto, pero yo no me olvidaba que me gustaba de otra forma. Él ya venía diciéndome que no quería estar en Buenos Aires, que quería irse a Barcelona con la banda y ver qué onda allá. Yo lo aconsejaba que sí, que se vaya, que acá estaba todo mal. La época no era auspiciosa ya que acababa de estallar el helicóptero De la Rúa.

Una noche como cualquier otra íbamos a ir al cine. Ciudad de Dios fue su peli elegida. Él adora toda la cultura brasileña. Pero yo compré unas cervezas y le dije que mejor nos quedemos en casa porque estaba por terminar Resistiré y no quería perderme ningún capítulo decisivo. Vi que sus ojos me lanzaron fuego, pero no me decía que no a nada y ahí nos quedamos, fumando y riendo en el futón que adornaba mi casa de Belgrano. Se hizo muy tarde, le preparé la cama y al otro día desayunamos con el sol de frente. Y así empezamos nuestros encuentros tiernos y llenos de música. Pero él ya tenía el pasaje y todo el viaje planeado para instalarse en Barcelona. Nos enamoramos un mes antes de su partida y nos dolió separarnos. En un arrebato de amor y de llanto casi me voy a vivir a España. Pero me quedé. Antes de irse me dejó un cdr con los temas de su banda, más otro grabado en la sala de ensayo que me había escrito esos últimos días. Y después por mail me envió la letra de otra canción que también me había dedicado. Decía que “ese sentimiento le hacía cosquillas”. Al final la relación se enfrió. Era obvio, entre Buenos Aires y Barcelona hay tantos kilómetros que ni sé.

Hoy D.G. (tales son las iniciales de su apellido y su apodo desde el terciario) sigue allá, con su banda, tocando con Golem System y con otros músicos mestizos de la misma rambla que Manu Chao. El verano pasado vino a Buenos Aires y nos vimos dos veces. La primera, con todos nuestros amigos. Pero como se nos escapaban las miradas y las ganas de contarnos cosas, hubo un segundo encuentro en el que fuimos a ver a Puente Celeste y luego a alguna terraza palermitana. Allí hablamos mucho de cómo habían cambiado las cosas en estos 3 años, de qué estaba haciendo cada uno en este momento, de cómo nos sentíamos con nuestras vidas y de cómo hubiera sido nuestra relación si él no hubiera partido. Yo pensaba que era el amor de mi vida, pero nunca vamos a saberlo. Él pagó las interminables rondas de cerveza de la terraza y yo me tomé el 168 mientras lo veía caminar por Niceto Vega en dirección a su ex casa de Belgrano.

Se levantó de a poquito la niña de fuego
que pronto me quema.
Y lejana a mi cuerpo te huelo.

Pero hay un lugar que no nos deja ser.
Y se me ocurre tenerte.
Vas a aprender los colores de mi piel.

Esa era mi canción.

Comentarios

marina k dijo…
a mí me gustó este post
me hizo llorar y pensar muchas cosas
Julia dijo…
ayyy Marina, si, a mi también me hizo llorar, no el post justamente.
Fishboy dijo…
a mi también, me re emocionó, no te lo había dicho, pero si.

beso
Julia dijo…
q tierno fish...