El Perfume

Mi papá no tiene olfato. Dice que desde que sufrió una lesión jugando al fútbol en el Deportivo de Villegas a los 12 años, no siente ningún olor. No sabe qué le pasó. A mí me da pena porque disfruto mucho de los olores y suelo reconocerlos fácilmente. No soy Jean-Baptiste Grenouille, pero más o menos.

Entonces cuando me fui a vivir con él pasé a ser una especie de lazarillo. A mi papá le gusta que le caracterice los olores, me pide que le cuente a qué se parece tal o cual olor. Es difícil ponerlo en palabras, pero trato de hacerlo para que él se lo imagine. Mi papá es conciente de que existe algo fundamental que no siente. Por ejemplo, tiene la costumbre de cerrar el gas ni bien usa la cocina porque si hay un escape o algo, nunca se daría cuenta. A veces estamos los dos abstraídos, leyendo o escribiendo, y yo empiezo a sentir olor a comida. Entonces le pregunto qué estás cocinando. Son las verduras que envuelve en ese papel metalizado y mete en el horno, y no me dice que está haciendo eso porque es una de mis comidas favoritas. Quiere darme la sorpresa, pero mi olfato lo descubre. Mi papá compra flores para mí, porque claro, soy su antítesis. A mí me gusta olerlo todo y cuando llega la primavera me lleno de flores. Papá sabe que, además de los jazmines, los lirios son ricos. Entonces, como son mas grandes y vistosos, compra lirios. De esta manera él se recrea la vista y yo el olfato.

Anoche salimos al balcón porque había un viento terrible que volaba las sillitas de tomar sol y él dijo que estaba por llover. Es cierto, hay olor a lluvia, le dije, a tierra mojada del campo. De verdad se sentía así. Y hoy, cuando estaba en la calle, vestida de blanco primavera, se cayó el cielo.

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