A veces me pasa

"No puedo parar", pienso mientras mastico un bizcochito y estiro la mano para agarrar otro antes de terminar el que tengo en la boca. Tengo que tomar la decisión de frenar esta adicción repentina. Saco un bizcochito del paquete sin dejar de masticar y lo apoyo sobre la mesa. Agarro el paquete, lo cierro con una bandita elástica, envolviendo los pocos que quedan. Tengo una mano libre y la boca llena. Agarro el último, el del tiro de gracia que había reservado sobre la mesa, me lo como, guardo en mi cartera el paquete prolijamente sellado y me levanto para poner la pava en el fuego.

Levanto mi remera y me miro la panza. No está chata como cuando me desperté. "Y, es de entender", me convenzo una vez en la cocina, pasándome la lengua por las comisuras saladas. Lo mismo esta noche me pondré el vestidito negro nuevo, que es todo ajustado, ése con el que me dijeron "tenés re lindo cuerpo". Ya vuelta en mí, me resulta increible haber superado esa adicción ridícula.