Elogio de mi mano

Hay partes de mi cuerpo que me gustan, que siempre me gustaron. Las manos, por ejemplo. También mis rodillas y tobillos, pero más las manos. Son chiquitas y huesudas. Siempre fueron así, como débiles e inútiles. Cuando era chica me decían manos de manteca porque se me resbalaba todo. A mi eso no me importaba, cuando se es chico no importa nada. Hace un tiempo empezaron a dolerme y a raíz de eso percibo cierta hinchazón en la mano derecha. El dedo del fuck you está prácticamente inmovilizado. A veces cuando escribo ni lo uso y eso me hace acordar a Dolina, cuando se ponía en la piel del Sordo Garcés y tocaba en el teclado versiones de viejas canciones, pero el del fuck you se quedaba inutilizado en el aire, duro y solo. Ahora estoy aprendiendo a escribir sin usarlo porque ¿para qué? Si Dolina lo mantenía rígido, que yo lo pierda no significaría tanto. El otro día estaba escribiendo y directamente dejé de usar la mano derecha porque no pude mover más la muñeca, no sé si fue un mal movimiento o qué. Lo cierto es que un dolor apagado me hizo callar por un tiempo.
Las mañanas son feas.
Despertarme con la mano derecha rígida no es algo que había esperado cuando me decían manos de manteca. Encima con el frío el dolor se acentúa. Siempre preferí el invierno para dormir calentita, leer y escribir en la cama mientras tomo mate. Pero no puedo escribir porque al presionar la lapicera sobre el papel hago un esfuerzo sobrehumano, y al levantar el termo ni te cuento. Ahora espero el verano porque el frío me está matando. Vamos a ver si con el calor puedo seguir usando mi mano derecha; a ver si los ejercicios de rehabilitación me la devuelven, a ver si no paso de largo y sirvo para algo.