Debut, nunca despedida

A los 15 fue mi debut en las vías de Villa Maipú. Yo era la única mujer entre mis amigos y habíamos ido especialmente a eso. Ellos eran más grandes que yo y ese viernes fumamos en la marginalidad, a pasos de la villa, pero yo no entendía qué pasaba a mi alrededor. RiKy me preguntaba cómo estaba, cómo me sentía y yo le decía que bien. No recuerdo, pero seguro que yo sonreía con esa cara de estúpida que pongo cuando estoy drogada. El Colo, en cambio, era más directo ¿te pegó?, me preguntaba y le decía que no sabía, pero los dos me miraban profundamente las pupilas hasta que asentían a coro: ¡Sí! ¡Está re loca! Y sonaba un estallido de carcajadas entre el ruido de los trenes.
Después de un rato, no sé cuánto (viste que el tiempo se desmaterializa en ciertos estados), nos fuimos a Zona D, un boliche ahí mismo en San Martín, del que yo tenía la tarjeta vip pero de la matiné. Ya eran las 2 de la mañana, lo mismo entramos gratis los tres. Supongo que Riky y El Colo se habrán ocupado de la puerta y de mantenerme calmada para que me dejaran entrar sin sospechar mi edad ni mi estado. Mis amigas ya estaban adentro. Ellas pensaban que yo estaba borracha, así que ahí pude sentirme completamente libre y me puse a bailar y a reír bajo las luces. Los sonidos eran ecos que me traspasaban cuando yo estaba sobre los parlantes. Las piernas me latían. Todo era nuevo: el ritmo que mi cuerpo adoptaba, el bombo de la música electrónica pegando en mi corazón, el entorno, mi desfachatez.
A mi me gustaba un chico que siempre veía por ahí, en los bares del barrio, y que había sido mi compañero en la primaria. Se llamaba Emilio y era un negrito que bailaba muy bien y se drogaba mucho mejor. Esa noche, claro, estaba en Zona D. Siempre estábamos los mismos. Sonaba New Order y él bailaba y cantaba. Su cabeza se movía en perfecta sincronía con sus piernas y sus brazos. Y de esta forma, sin saberlo, él colaboraba para que esta noche fuera perfecta.
En la primaria Emilio siempre había gustado de mí, pero no era buen alumno y eso no me atraía. Siempre me habían gustado los inteligentes del grado. Que él fuera negrito no era problema para mí, aunque mi mamá siempre me recordaba el color claro de mi piel. Le molestaba que tuviera amigos negritos. A mi me molestaba que fueran burros. De hecho mi noviecito de ese entonces era negro, gordo y peronista, pero con un boletín envidiable. Así que en la primaria yo me dediqué a estar cerca de los inteligentes y los negros, y cuando terminamos séptimo grado con Emilio no volvimos a vernos.
Pero ese viernes éramos dos iguales. No sabía si seguía yendo al colegio o si ya planeaba ir a la facultad. No me importaba la cantidad de libros que habría leído. New Order, las luces, los cuerpos moviéndose: eso era la gloria. Emilio se acercó, me apartó a un costado de la pista y me habló al oído como siempre. Pero esta vez yo le dije que sí a todo.