Subte línea D. Día del niño al mediodía. Nada es muy diferente a otros mediodías salvo porque viaja menos gente que durante la semana y hoy al menos todos van sentados. Pero las caras de culo son las mismas. Los pasajeros no tienen más opción que mirarse aburridos porque la distribución de los asientos los obliga a sentarse enfrentados. Un turista, una vieja, un pibe. Dos nenas se suben en la estación Olleros. Son gorditas, graciosas y morenas. La más grande lleva colgado un mini acordeón y la otra lleva una vincha con orejas de gato azules con brillantina y entre los botones de su campera, que no coinciden, se escapa una panza bien provista de harinas. La mayor se presenta: “yo soy Estefanía, tengo 8 años y ella es mi hermana Yoana, de 6”, se miran, dicen algo en código y se ríen. “Vamos a tocarles y a bailarles una canción. Si les gusta, pueden aplaudir, y sino, que tengan buen viaje”. Y suenan los acordes de Los caminos de la vida. Las dos bailan con pasos torpes el ritmo colombiano, hacia un costado y el otro, se hacen señas, miran el piso, la más grande sigue tocando. Termina la canción y un par aplaude, otros sonríen y otros directamente ni bola. Un chico de no más de 20 años desembolsa una moneda, la nena más grande la recibe. “Hoy es el día del niño, ¿no?”, le pregunta. El chico asiente. “Feliz día”, le dice la gordita.