Declaración

Estoy transpirando. No sé si es el sol que está muy fuerte o soy yo que tengo fiebre. Debe ser eso, no se transpira en invierno. Estoy yendo al diario a bordo de un 151. John Frusciante sufre un poco más que yo en los auris y mientras discuto algo con mi chico por teléfono, veo a un viejo ciego que sube. Le faltan algunos dientes y se ayuda con sus bastón para avanzar por el pasillo. Nos mandamos besitos con mi chico, cortamos en buenos términos y me dispongo a escuchar al ciego, pero lo único que llego a oír es "les entrego esta declaración de melancolía". Y de esta forma sigue trasladándose por el pasillo del colectivo con unas fotocopias en la mano. Yo le toco la mano con cuidado y le saco un papel: "Declaración de melancolía". No sé si estoy sensible, si es la fiebre o si me está por venir, pero me puse a llorar. Miré al ciego, terminé la lectura y le di unas monedas. Imaginé ese pasado del que hablaba en su poesía, de ese pasado que hoy paga con melancolía. Me pregunté cómo sería esa cara que ya no recordaba.







La verdadera cara se va borrando poco a poco, como en las viejas fotos hasta
dejarme sin nada detrás de los ojos, como los pájaros que comen las migas que uno
les tira; te miran, están con vos, las comen, se vuelan, no queda nada.
No tuvimos demasiada culpa, éramos muy jovenes.
Debió ser así, habría que pensarlo con el corazón en la mano,
pero se paga con melancolía.