Al oeste del sol

Ufa.

Después de tres o cuatro meses de trabajar por este barrio recién hoy me doy cuenta de que hay una librería ahí nomás. Eso me pasa por llegar siempre tarde y andar a las corridas. Tampoco miro a mi alrededor, ni siquiera a los chicos en la calle (eso me gusta de mí).
Pero bueno, hoy cuando salga de acá, lo primero que haré será conocer esa librería, miraré precios (como siempre) y trataré de regalarme algo.

En otro orden de cosas; el libro que estaba leyendo lo terminé en dos días, lo cual me parece una exageración del fanatismo. Pero al menos tuve la decencia de no terminarlo en el colectivo, como siempre. Suelo leer la última página y luego levito hasta el timbre. No me doy ni tiempo de quedarme pensando en el final. Entonces, como esta vez fue tan veloz la lectura, viajando hacia mi casa, opté por cerrar el libro cuatro páginas antes del final y reservarlo para un momento más íntimo. En la soledad del bondi a las 12 de la noche, y con Kamikaze en los oídos, me limité a mirar por la ventanilla, aunque no veía la hora de que el paisaje se hiciera Alvarez Thomas y Elcano. Pero todo siempre llega y por fin las calles fueron las que yo ansiaba. De esta forma me levanté del asiento y como un ventarrón llegué a mi cama a terminar lo que había empezado dos días antes.

Y en la quietud que antecede a la vigilia, pude pensar un poco en el libro. En la historia, en mí.

En él.