Faltaban quince minutos para que llegue la hora crítica de cualquier domingo. Y eso que me lo había aguantado como una reina, sin resoplar y sin chistar. Estaba por llegar, pero por suerte quince minutos antes sonó el teléfono y evité cualquier interpretación errónea de un domingo fallido. Ahí nomás me cambié, agarré mi morral, me tapé un poco las ojeras, me peiné el flequillo y salí.
Un par de horas más tarde, me encontré con Emilio Del Guercio en Belgrano. Lo saludé, me presenté y nos quedamos charlando un largo rato. Del Guercio, más el llamado telefónico previo, más la cena en lo de un amigo, me salvaron del suicidio.
Un par de horas más tarde, me encontré con Emilio Del Guercio en Belgrano. Lo saludé, me presenté y nos quedamos charlando un largo rato. Del Guercio, más el llamado telefónico previo, más la cena en lo de un amigo, me salvaron del suicidio.