Superstición

El Agite era el nombre de la agrupación que me representaba en el centro de estudiantes de mi escuela, una del estado que residía en San Martín, barrio donde también vivía yo. Corrían mis 16 años, toda una niña, pero me recuerdo tan rebelde y enérgica que era capaz de deprimirme hasta el suicidio y al otro día hacerme pis de la risa por cualquier cosa sin gracia. Uno de los logros de El Agite fue la radio en los recreos, en la que sonaba por ejemplo, una banda de poco alcance y bastante under, Bersuit Vergarabat, cuando sólo había editado Y punto, que compartía aire con Todos Tus Muertos, en ese momento vigentes. Obviamente sonaban Led Zeppelín y Deep Purple, Pink Floyd y T-Rex, Los Beatles y Los Stones, Sex Pistols y Ramones, entre tanta música que deglutíamos por las mañanas sángunche de salame mediante.

Los sábados hacíamos las asambleas del centro de estudiantes en la calle y nos sentábamos en los tapiales del colegio a debatir. A mi me gustaba un chico de pelo largo que tenía una remera de Zeppelín y tocaba la guitarra. No era del colegio pero siempre estaba en la puerta. No me animaba a hablarle, hasta que tomé coraje, me acerqué y no sé qué le dije del colgante que llevaba puesto. Él estaba muy drogado, miró su collar y sólo se rió.
La noche de ese mismo sábado nos encontró a mí y a mi amiga Brenda -actualmente en Brasil- barriletando por las calles de San Martín, un rato en un bar y un rato en otro. Todavía estábamos tranquilas en las calles del barrio, éramos locales y adolescentes, el mundo era nuestro y lo caminábamos. Y lo vi a él sentado en un escalón fumando con un amigo. Me reconoció y nos saludamos. Le pedí por señas a Brenda que se alejaran con el amigo para quedarnos solos con él y así fue que después de intercambiar algunos monosílabos y entre risitas tontas y silencios, sacó del bolsillo del pantalón un casette transparente y arruinado.

- Nunca escuchaste Pescado Rabioso?
- No.
- Bueno, llevate este casette y cuando lo hayas escuchado bien, llamame.

Con un palo anotó su número de teléfono en la tierra, y se fue. Memoricé el número y me fui corriendo a casa. Eran las 4 de la mañana. Me hice unos mates y lo escuché en la cocina donde había un grabador viejo y la primera canción que sonó fue Superchería, parecía que estaba en punta a propósito. La verdad es que no entendía nada. La sed verdadera le siguió y me recordaba a los discos viejos que tenía mi mamá en su casa de soltera, la fritura del vinilo le daba aún más el toque retro. La voz de Spinetta era tan frágil y navegaba en las melodías acústicas de una forma tan armoniosa que me daba pena y felicidad. Cantata de puentes amarillos y morí. A Bajan la tenía porque Gustavo Cerati había hecho una versión más cool. Me acosté con Artaud en el walkman y al día siguiente -los domingos mi viejo hacía el asado- puse ese casette para que todos se enteraran de “mi” descubrimiento. No podía parar de hablar de Artaud y le pedí a papá que me contara sobre Spinetta. Todas las hojas son del viento, Cementerio club y Por completan la lista de temas.
El lunes lo llamé sin falta al dueño del casette y no nos separamos por tres años.