Sumario en casa

Tengo tres amigos. Lore, Fede y Ceso. En realidad son dos chicas y un chico y nos conocemos desde la época del terciario, hará unos seis años. Cada semana nos juntamos y al principio llamábamos a nuestras reuniones “de sumario”. Cada uno armaba un sumario de lo que queríamos hablar; título y bajada de lo que nos había pasado en la semana y exponíamos en ronda, uno por vez y en el sentido contrario a las agujas del reloj. A ver si la nota quedaba en parrilla o qué. Los años extendieron los sumarios y nos tomábamos horas para desplegar nuestras historias. Ahora ya no tenemos los temas preparados con antelación ni respetamos el orden de la ronda para hablar. Los primeros sumarios fueron en la pizzería Romario y nos daba gracia el mote de “Sumario en Romario”. Rimaba. Tampoco nos juntamos en la pizzería.

Esta noche nos reunimos en casa. Les cociné, les gustó la cena y comimos chocolates de postre. Al principio el vino acompañó la previa a la cena, es decir, yo con el delantal cocinando al calor de las hornallas. Esa sería la previa porque llegan todos y se tiran al piso y hablan y chusmean, fuman cigarrillos y beben. El vino resultó ser espantoso, nos bastó comprobarlo con sólo degustar la primera copa con Fede. Como el almacén de enfrente siempre está abierto, compramos cerveza. Básicamente empezamos hablando de profesión, trabajo y familia, hasta que a la segunda cerveza el tema de conversación muta hacia el de “amores”. Ahí se va todo al carajo. Nos peleamos por hablar. Y por opinar, claro.

Hace diez minutos se fueron y las cosas que pasaron, creo, son antológicas. Pero todo queda protegido puertas adentro. Me guardo los secretos de las reuniones de sumario para mí. Ellos se los llevaron en el auto, en el que seguro irán escuchando a Cerati o a Calamaro, dos artistas que les tengo prohibido musicalizar en casa.

Y eso que no me gusta prohibir.