Estoy yendo

La luna cuelga llena en el atardecer. Ya el olor del mar se cuela por las ventanas de la camioneta. Mi hermana habla y se ríe, la veo desde acá, mi lugar horizontal en este vehículo. Pero no la escucho porque Lisandro Aristimuño es parte de mi mundo sonoro. Canta una canción con Kevin Johansen, el contraste de sus voces me da gracia. Siempre asocié la voz de Johansen con el papel de lija; áspera, dura, llana. Acabo de terminar Sputknik, mi amor, de Haruki Murakami y me dejó una sensación de vacío terrible. El vacío de darme cuenta de la soledad, de cuán solos estamos. De cómo elegimos quedarnos solos cuando sabemos que es tanto mejor estar con alguien. Y pienso esto mientras mi hermana se da vuelta y me ofrece, totalmente rubia: "Ju, querés un sanguchito?". Me mira y se sonríe porque mi mirada está perdida en la ventanilla, en la ruta, en el cielo. "No, gracias, Lu". También le sonrío y vuelvo a mí, que me perdí en mi propia soledad y acompaño a la luna sin mover los ojos.