El club de los imposibles

Había terminado el show. No voy a hacer ningún comentario al respecto, creo que sería insoportablemente subjetivo.
Así que seguimos la noche en la fiesta privada que todavía no entendí cuál era su fin. Música pop y electrónica para bebedores que no bailaban, solo se miraban entre ellos. Una pantalla gigante repetía una y otra vez un especial de Enrique Bunbury de videos y entrevistas. Al comienzo de la fiesta todos estábamos seguros de que Enrique subiría a tomar una copa con los invitados. Pero pasaban los minutos y ni rastro. “Qué pasa que no viene?”, me empecé a preguntar cuando iba por mi cuarta cerveza. “Yo lo tengo que ver”, me repetía como un disco rayado. Mis amigas estaban hartas de esperarlo en vano así que se fueron, además mañana había que trabajar. Yo también tenía que trabajar pero estaba empacada con que tenía que verlo. Bajamos para acompañar a las chicas a la puerta y lo veo a Del, el bajista negro que sonríe mientras toca. Iba a toda velocidad con un vaso en la mano. Habló algo en un español que nmo entendí y desapareció detrás de una puerta que decía “Prohibido pasar. Peligro”.
“Ahí es”, pensé, y una sonrisa se me dibujó.
Lata en mano bajé por las escaleras que me llevaban a un pasadizo donde me topé con el primer obstáculo: uno de seguridad que me miraba muuuuy mal. No me dejó seguir con mi travesía bajo ningún punto de vista.
“Ok”, pensé, “probemos por otro lado”.
A esta altura ya eran como las 3 de la mañana y mi cabeza iba a mil, sólo pensaba en encontrar a Enrique y en conseguir otra cerveza. La escalera era tan larga que se me hizo infinita. Llegué arriba con un chamuyo muy flaco y casi me bajan a patadas.
“Soy de prensa y le vengo a hacer una nota al cantante”. Yo en ese entonces aún era una estudiante, tenía menos idea q ahora.
Imagínense el cuadro: mi cara desorbitada con una lata en la mano, la lengua trabada y las palabras se me patinaban. El Jefe de seguridad de El Roxy se me rió. Tenía razón en reírse, si estaba hecha un cachivache. Con vergüenza le expliqué que sólo quería saludar a Enrique
"es un toque", le dije.
"Bueno, no sé, pasá de este lado", me respondió.
La escena era buenísima: un cuarto lleno de cervezas y tequilas, con una mesa de comidas donde todos bebían y se reían a carcajadas españolas. Pero él no estaba ahí, estaba en la otra puerta que permanecía cerrada. Mientras tanto quedamos conversando con Marcelo y otros chicos de seguridad, con algunos españoles que nos traían más cerveza. Eugenio, uno de los gallegos que se desenvolvía con una verborragia a prueba de todo tequila vino a hablarme, dijo que era el hermano de Ana Belén, la violinista de la banda. Noté que había onda entonces como quien no quiere la cosa le pregunté, "todo bien si entro con vos a esa puerta?"
"Pues claro, venga!"
Me condujo hasta el camarín.
"Ella es una tía periodista", me presentó.
Ahí estaba Enrique, sentadito vaso en mano. Estaba hermoso, con su camisita negra, lleno de collares y pulseras, su pelo enmarañado. Me temblaron las piernas, el tiempo se paró, sólo pensé en recordar esa fotografía para siempre. Charlaba con cuatro personas.
"Te molesta si me quedo un rato contigo?"
"Me molestaría si no te presentas"
"Julia", le dije y le extendí la mano. Él la tomó con la suya y la besó con sus uñas pintadas de negro.
“Encantado”, me sonrió.