Lloro de vez en cuando. En verdad no me gusta llorar porque me queda siempre la cara como un Mupet, parecida a la Rana René. Y al día siguiente los ojos son como una línea fina sobre dos bolas enormes, hinchadas y rojas. Pero además de este detalle estético, no me gusta llorar porque me hace sentir mal. Siento que la angustia (supongo que se le llama angustia) crece desde el medio del pecho y sube. Ahí sube algo y parece que me doliera e inmediatamente se transforma en llanto. Porque ya no son simples lágrimas, es un llanto parejo, yo me escucho. Últimamente me cuesta hablar de ciertos temas sin concebir eso que nace poco más arriba del ombligo. Lo veo venir y enseguida me largo a llorar. Se quiebra mi voz y no puedo seguir hablando. Hablo de cómo lloro y lloro a la vez. Pero qué pasa, me digo, puede ser que termine con la cara cubierta de agua salada? Me paso la lengua como para consolarme y estoy toda salada. En esos momentos quiero que mi mamá esté conmigo, así ella también siente mi cara de sal y la limpia. Me miro al espejo y no me conozco. Extraño mi alegría.
Y que siga la melodía.
Y que siga la melodía.