Una foto. Una simple foto de una esquina me hizo acordar a la última vez que estuve ahí. El scroll de Facebook muestra pavadas, memes, análisis políticos, bebés, gatitos, cosas de autoayuda. Y también hay fotos, muchas, por ejemplo, una del café London, en Avenida de Mayo y Florida. Y se me paralizó un poco el corazón porque volví a la última tarde en la que estuve ahí. Así de flash se vuelve a los recuerdos.
Urgente.
Sin preaviso.
Careta ante la vida.
El 25 de mayo contaré dos años de esa lágrima que tomé con mi viejo y Martín a 205 años de la Revolución de Mayo en el Café London. Una de mis últimas celebraciones en la Plaza. Había de todo para ver en cuanto a producción regional de cada provincia. Era una fiesta, bah. En esa ocasión le contamos a mi viejo que nos veníamos a México. Fue el primero en enterarse y creo que se le quedó el cortadito atragantado. No me voy a olvidar su cara. Mirándome a mí, a Martín, a mí, a Martín, sin solución de continuidad. No le gustó un carajo la noticia. Aun hoy creo que no le gusta y hace lo que puede desde allá. Manda emoticones, caritas, responde si lo llamamos. Nos extraña. Creo que nos habíamos hecho muy compañeros los últimos años. Hasta salíamos de bares. Personalmente siempre me gustaron las celebraciones en la Plaza. El corazón latiendo fuerte desde el subte. El ritual de encontrarnos con mi viejo llegando a la Pirámide. Él siempre iba más temprano y calentaba motores con fotos de la negritud, como nos autoproclamábamos en situación de pueblo, ya sea de lucha o de festejo. Choripanes, banderitas argentinas y pancartas, los accesos atestados de gente, audios de cantitos, los bombos, consignas a través de los megáfonos, la marcha, algún discurso, algún conocido. Y el sonido, la maravillosa música bajo el cielo gris de Buenos Aires, respirando pueblo mientras miro para todas las esquinas a ver si lo veo llegar con el chaleco verde, tristemente célebre, o la campera cremita en invierno. Siempre desabrigado, de cuerpito gentil, descamisado mi viejo.
Urgente.
Sin preaviso.
Careta ante la vida.
El 25 de mayo contaré dos años de esa lágrima que tomé con mi viejo y Martín a 205 años de la Revolución de Mayo en el Café London. Una de mis últimas celebraciones en la Plaza. Había de todo para ver en cuanto a producción regional de cada provincia. Era una fiesta, bah. En esa ocasión le contamos a mi viejo que nos veníamos a México. Fue el primero en enterarse y creo que se le quedó el cortadito atragantado. No me voy a olvidar su cara. Mirándome a mí, a Martín, a mí, a Martín, sin solución de continuidad. No le gustó un carajo la noticia. Aun hoy creo que no le gusta y hace lo que puede desde allá. Manda emoticones, caritas, responde si lo llamamos. Nos extraña. Creo que nos habíamos hecho muy compañeros los últimos años. Hasta salíamos de bares. Personalmente siempre me gustaron las celebraciones en la Plaza. El corazón latiendo fuerte desde el subte. El ritual de encontrarnos con mi viejo llegando a la Pirámide. Él siempre iba más temprano y calentaba motores con fotos de la negritud, como nos autoproclamábamos en situación de pueblo, ya sea de lucha o de festejo. Choripanes, banderitas argentinas y pancartas, los accesos atestados de gente, audios de cantitos, los bombos, consignas a través de los megáfonos, la marcha, algún discurso, algún conocido. Y el sonido, la maravillosa música bajo el cielo gris de Buenos Aires, respirando pueblo mientras miro para todas las esquinas a ver si lo veo llegar con el chaleco verde, tristemente célebre, o la campera cremita en invierno. Siempre desabrigado, de cuerpito gentil, descamisado mi viejo.
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