Hay que irse

Yendo a California empieza con un suspiro. Robert Plant come un pedazo de aire y descansa en el punteo de Jimi Page. Toma el aliento y la fuerza que lo lleva a alistarse para el próximo comienzo. Está por decir algo y elige esperar la canción. Suspira como alguien que se sienta después de vaya a saber uno qué tormentas. Y espera. Lo veo realizado. Acaba de hacer algo pesado, una faena que le llevó un buen trabajo y por fin está en paz. Fue tirando el lastre y ahora está a punto de flotar a merced de la liviandad de su cuerpo.

Mira a lo lejos el paisaje, seguro es una montaña. Está mirando el más allá, el porvenir. Adivina lo que hay detrás de la montaña porque él ya estuvo ahí. Satisfecho se sienta a mirar y suspira en paz. Sentado y envejecido, un joven Robert se resigna. Sabe lo que viene. Es un vagabundo del Dharma con las visiones del porvenir que se desatan del pasado. 

Es preciso irse después de sentarse a descansar, después de haber sido montaña y águila. Después de haberse mojado en medio de las tormentas; tirar el lastre por la mañana tras la furia del mar. Hay que suspirar la paz e irse.  

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